– 2 de abril de 2023 –

Padre Joaquín Rodriguez

 

Queridos hermanos:

Hoy conmemoramos la Entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén con la Liturgia más antigua que celebra la Pasión de Jesucristo. Desde el comienzo del cristianismo, cada celebración de la Eucaristía actualiza la memoria y celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y así sigue haciéndolo la Iglesia en cada Misa. Más tarde va siendo solemnizada una Semana Mayor para celebrar, en las fechas propias, esos misterios centrales de nuestra fe hasta configurarse, con el aporte de diversas tradiciones y costumbres de las Iglesias de la cristiandad, la Semana Santa, que cada año nos convoca a la celebración de los misterios que nos trajeron la Nueva Vida en Cristo. El Viernes Santo también leemos la Pasión, siempre en la versión de San Juan Evangelista; esta celebración constituye un aporte posterior de los peregrinos a la Tierra Santa de Jesús, donde se celebraba en cada lugar geográfico el acontecimiento histórico que conmemoramos en la fe y que los peregrinos de hoy siguen enriqueciendo con su presencia y devoción.

Este domingo es el pórtico de la Semana Santa; en él aclamamos a Jesús como Rey y Mesías en su entrada triunfal  en Jerusalén y anunciamos el misterio de su Pasión en la proclamación de las lecturas de la Misa; este año el evangelio de la procesión lo tomaremos de san Mateo (21, 1-11), así como la Pasión que leemos este domingo (Mateo 26, 14 – 27, 66). La conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén nos introduce en la Semana Santa y nos invita a contemplar la mansedumbre de Cristo en su pasión. Al aclamar y recibir a Cristo en nuestra Iglesia parroquial nos unimos a El y renovamos nuestra vocación de discípulos y seguidores de aquel que hoy es proclamado como Rey de Paz. 

La primera lectura de la Misa (Isaías 50, 4-7) es uno de los cantos del “Siervo de Yahvé”, donde el Profeta relata en unos poemas, asombrosamente descriptivos, la Pasión de Cristo, el perfecto Siervo obediente y humilde por el que Dios realizará nuestra salvación.

A partir de un primitivo himno cristiano San Pablo ensalza la humildad de Cristo y la autenticidad de su encarnación cuando se rebajó hasta la muerte en una cruz; su exaltación a la gloria es la respuesta del Padre a su obediencia; toda una obra que tiene como origen y destino al Dios que es el Amor. (Filipenses 2, 6-11).

En el rezo del Salmo 21 nos unimos a Cristo en su súplica confiada al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La misma Palabra de Dios nos invita a imitar a Jesús, configurando nuestra oración con la suya, para que nuestro espíritu sea también como el suyo.

Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo son tres momentos de un mismo acto redentor; por esa entrega y sacrificio recibimos la nueva vida de la Gracia, la amistad de Dios que nos otorga el Bautismo, donde nacemos como criaturas nuevas y miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia.