–“de Israel y del Ciego de nacimiento”-

--19 de marzo de 2023-.

Padre Joaquín Rodriguez

 

Queridos hermanos:

La historia del Pueblo de Dios es también la Historia de la Salvación, que encuentra su cumplimiento y plenitud en Cristo. Los domingos anteriores encontramos a Abrahán, nuestro padre en la fe, y a Moisés, el gran profeta, legislador y guía del Éxodo, tiempo de prueba y, a su vez, constitutivo del pueblo de Israel. “Israel”, etimológicamente, significa “el que lucha con Dios”; así también se nos presenta la Historia de Salvación que Dios hace con su Pueblo elegido, como una lucha donde hay tiempos de rebeldía que siempre serán sanados con tiempos de Gracia; las primeras, productos del pecado de los hombres; las últimas, las gracias, acciones de Dios que sanan y restauran en un continuo derramarse de la misericordia divina. Dios es Amor y siempre vence su Amor.

Hoy, el libro primero de Samuel nos cuenta la unción de David como Rey de Israel (I Samuel 16, 1b.6-7.10-13ª), es éste un hecho importante dentro de la historia de la salvación: Jesús es el Hijo de David a la vez que el Hijo de Dios; así será aclamado el Domingo de Ramos en su entrada triunfal en Jerusalén. Hoy lo vemos en el evangelio (Juan 9, 1-41) manifestarse como Hijo de Dios a un ciego de nacimiento, luego de haberle otorgado la vista. -Él nos llena de su luz cuando nos invita, por el Apóstol, a vivir como hijos de la luz (Efesios 5, 8-14).

Jesús se ha proclamado la “luz del mundo” al ciego de nacimiento y le ha abierto los ojos a la visión de este mundo; poco a poco, en una sucesión de acontecimientos, encuentros, acusaciones, persecución, va quedando claro la posición de diferentes testigos hasta que el que era ciego hace una clara profesión de fe. Parece ser -y lo es en anticipación- la iniciación de un cristiano que, en medio de persecuciones, confiesa la fe que ha ido madurando en la prueba; somos testigos entonces de la celebración dramatizada del Sacramento del nuevo nacimiento que es el Bautismo. El pasado domingo, la Samaritana aprendía el misterio del “agua viva”, hoy, el Ciego de nacimiento experimenta el “misterio de la luz”.

Hemos sido testigos de la gran revelación que la Iglesia custodia y distribuye en los sacramentos, el primero e indispensable es el Bautismo. Por el Bautismo nacemos a la nueva vida de hijos de Dios, por el Agua y el Espíritu y, así, somos lavados e iluminados con su luz. El Bautismo es, por lo tanto, un nacimiento y una iluminación que Dios obra derramando su Espíritu sobre nosotros. Todo ha ocurrido en un diálogo, en un encuentro con Jesús, “el Cristo”, “el Hijo amado del Padre” y “nuestro Redentor”.