– 22 de enero de 2023 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El Evangelio de este domingo concluye diciéndonos que Jesús “recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. Aunque el tema que nuclea el mensaje de este domingo llama nuestra atención sobre el inicio del ministerio público de Jesús en Galilea, la segunda parte de la perícopa elegida del texto en San Mateo nos presenta la vocación de los primeros apóstoles, invitándonos así a compartir con ellos el primer encuentro con el Maestro, encuentro que proporciona la ocasión vocacional: Jesús pasa junto a Simón y Andrés, Santiago y Juan y los llama a seguirlo. Si seguimos a Jesús, nuestro seguimiento tendrá siempre el carácter vocacional que aúna amistad, discipulado y misión; siempre también nos invitará a regresar a Galilea, donde todo comenzó.

El ministerio galileo de Jesús parece inspirado en la profecía de Isaías que anuncia que “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Galilea, frontera permeada por pueblos paganos, es percibida como “tierra de sombras y muerte”; en ella se diluye la pureza del judaísmo observante y se inicia el diálogo con el mundo de la gentilidad; allí quiso Jesús comenzar el anuncio de la Buena Noticia liberadora y camino de salvación universal.

La primera lectura nos hace comprender la mayor parte de esta profecía, en la que Isaías anuncia la proximidad del Día del Señor, que supondrá la liberación de los exiliados de Israel (Isaías 8, 23b-9,3). San Mateo comienza el relato del ministerio de Jesús en Galilea, aludiendo a la profecía que aseguraba que un día había de brillar sobre ella una gran luz (Mateo 4, 12-23).

Habiendo escuchado el saludo introductorio que resalta la vocación a la santidad de cada cristiano, hoy San Pablo amonesta a los corintios sobre la unidad que tiene que prevalecer en la Iglesia (I Corintios

1, 10-13.17). Enfrentando las divisiones que se han suscitado en la comunidad, el Apóstol advierte que entre ellos se ha olvidado la centralidad de Cristo; así podemos fácilmente comprender el origen de las divisiones ocasionadas por celos, preferencias o fanatismos que aquejan a cualquier grupo humano, desde la familia hasta la misma Iglesia; olvidando que, ante todo, somos el Cuerpo de Cristo y que Él es el único motivo de nuestra fe y el único centro de nuestra unidad. Otro modo del Señor mostrarnos su amor es su invitación a colaborar con Él; en consecuencia, habiendo sido tocados por su amor, todos estamos llamados a dar testimonio de ese Amor.