– 12 de julio de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

En el capítulo trece de San Mateo encontramos el “Discurso en parábolas”, una interesante sección en la que el evangelista recoge diversas enseñanzas de Jesús sobre el Reino de los Cielos que, partiendo de ejemplos de la vida cotidiana, nos sitúa ese reino en la realidad terrena donde comienza, en aquellos que acogen y practican sus enseñanzas. Jesús es la Palabra de Dios hecho hombre, encarnada; es esa palabra que genera vida: “como la lluvia y la nieve que bajan para fecundar la tierra”.

En la parábola del sembrador (Mateo 13, 1-23), cuya explicación da el mismo Jesús, la semilla es la palabra de Dios. La primera lectura (Isaías 55, 10-11) nos prepara para recibir esas enseñanzas, afirmando la eficacia de la palabra del Señor. Sin embargo, avanzando en el entendimiento y extensión del mensaje, podríamos reconocer también en el sembrador que esparce la semilla al propio Dios Creador que, sin dejar de ser la “Palabra de vida” en la semilla, es también lluvia y nieve fecundante.

El sembrador arroja las semillas con generosa prodigalidad y éstas van cayendo en diversos tipos de terrenos; Dios no escatima sus riquezas al prodigarnos sus dones, inunda la tierra de sus bienes y nuestros corazones con dones y gracias abundantes. Todos los terrenos son aptos para el crecimiento de la semilla, pero nuestras posturas y decisiones harán la diferencia en el resultado: Podemos estar endurecidos como el camino, o ser superficiales como el terreno pedregoso o tener otras prioridades como el lleno de espinos. Podemos también trabajar nuestro corazón para que siempre sea esa tierra buena que, al dar fruto la semilla, compense la esterilidad de todos aquellos donde la semilla se perdió.

El mundo es la obra de Dios, pero obra que nos ha confiado a los hombres y de la cual espera recoger una cosecha de vida, siempre contando con nuestra acogida y respuesta. San Pablo, en su carta a los Romanos (Rom. 8, 18-23), nos explica como la creación espera la manifestación de la gloria de Dios en sus hijos. Lo que impide esa plena manifestación es el pecado, que trastorna todo el plan del Creador. Dios cuenta con sus criaturas, esas que creó a su imagen y semejanza, y no hará nada en favor nuestro, creados a su imagen y semejanza, sin nuestra participación: participación generosa y pródiga, como se nos ha mostrado y entregado El mismo; como hace al entregarnos su Palabra en su propio Hijo, en el Hijo de su Amor.