– “El Señor viene” - 27 de noviembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

“Ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”, nos dice San Pablo en su epístola a los Romanos que leemos en la segunda lectura de este Domingo. El Apóstol nos invita a preparar la llegada del día de Cristo (Romanos 13, 11-14). La Iglesia vive, cumpliendo su misión profética, como testigo de la Esperanza que predica y promueve entre los hombres; por tanto, los cristianos estamos llamados a ser apóstoles de esa Esperanza; el Adviento es el tiempo litúrgicos propicio para el cultivo y profundización de esa virtud. La Esperanza realiza en nosotros, desde la Fe, la obra transformadora de la Gracia que culmina en la Caridad, que es el Amor difusivo y convocante del Dios-Amor, que se nos ha revelado en los tiempos finales en su Hijo Jesucristo, nacido de María.

Este nuevo ciclo litúrgico lo recorreremos de la mano de San Mateo. El Señor, al anunciarnos su retorno, nos da la consigna de esperar velando (Mateo 24, 37-44). El profeta Isaías, contemplando el día del Señor, presenta el carácter universal de la congregación de todos los pueblos en marcha hacia Jerusalén, la ciudad de Dios: “Hacia ella confluirán los gentiles” (Isaías 2, 1-5).

Los pueblos de la gentilidad, término con que los judíos se refieren a los no hebreos, y cantera abundante de la que Dios se ha hecho el nuevo pueblo que es la Iglesia, configurada como el Cuerpo del Resucitado que vive el Amor y glorifica al Padre en el Espíritu Santo. A ese Cuerpo están llamados a integrarse todas las naciones, incluyendo Judíos y gentiles. De ese modo la Iglesia es el lugar espiritual de encuentro de todos los pueblos, razas, culturas; en fin, de todas las naciones, como anunciaran los profetas a través de los siglos, en la espera del cumplimiento de las promesas de Dios. Esa fue la vocación original de Israel como Pueblo de Dios, pero en el camino fue perdiendo su sentido de universalidad y se volvió exclusivista y cerrado a los otros pueblos. Esa misma tentación aflora constantemente en todas las obras humanas, no importa cual fuese su idea original. También la Iglesia ha tenido que luchar constantemente contra sí misma, corrigiendo el rumbo en el camino, como Pueblo peregrino de Dios. 

Es difícil siempre ser un pueblo de pueblos, pero lo que parece imposible para los hombres no lo es para Dios; para Dios, todo es posible. Nos lo demostró al querer abajarse hasta asumir nuestra naturaleza creada y caída por el pecado. Preparemos nuestros corazones y voluntades para acoger, de nuevo, la novedad de la Gracia, aparecida entre los hombres en Jesucristo, el Hijo de Dios.