– 9 de octubre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Cada Día del Señor la Iglesia se congrega para dar gracias a Dios; ser agradecidos es mucho más que una muestra de cortesía para quien nos ha hecho un regalo, supone una disposición del corazón; la humildad es un componente imprescindible de la condición que nos hace agradecidos y por la humildad reconocemos la grandeza del don en sí mismo, sin tener que compararlo con otros. En resumen, si no somos agradecidos no somos capaces de reconocer el valor de la dádiva, ni siquiera la que viene de Dios.

A veces podemos pensar que llamar “Acción de gracias” a la celebración cumbre de la Iglesia no es más que una fórmula, pero es eso precisamente lo que significa la palabra “Eucaristía”. En cada Eucaristía, en cada Misa, celebramos el agradecimiento a Dios, como lo hizo el leproso curado, el Samaritano que regresa saltando de júbilo y cantando alabanzas a Dios, se postra ante Jesús, reconociendo que no se puede dar gloria a Dios sin dar las gracias a Jesús; desde que el Hijo de Dios vino al mundo, él es el único puente, el único vínculo que podrá unirnos a Dios; así, si no reconocemos el señorío de Jesús, en lo adelante ya no encontraremos otro camino hacia el Padre. La primera y mayor oración del cristiano, la oración que hace la Iglesia y que hace a la Iglesia lo que es, el Cuerpo de Cristo, es la Oración de Acción de Gracias.

En los tres evangelios sinópticos la vida pública de Jesús termina con su viaje a Jerusalén, donde dará su último testimonio y sufrirá la Pasión. De camino al país de los judíos el Señor curó a diez leprosos, pero sólo recibió el agradecimiento de uno que era extranjero. Así se anunciaba ya el rechazo de Cristo por Israel y la buena acogida de su Evangelio entre los gentiles (Lucas 17, 11-19). Aquel extranjero repitió el gesto de generosidad del sirio Naamán, curado de la lepra por el profeta Eliseo (II Reyes 5, 14-17). -El Evangelio anunciado por Pablo y confiado a su sucesor Timoteo consistía en la proclamación del Misterio Pascual de Cristo, muerto y resucitado; quienes participen en ese Misterio por la Iniciación Cristiana y perseveren, se salvarán (II Timoteo 2, 8-13). San Pablo comprendió, sufriendo prisión por Cristo y su Evangelio, que de ese modo compartía la Pasión del Maestro y se transformaba en testigo de excepción de Cristo. La Palabra de Dios nunca está encadenada.

Al participar en la Misa, recordemos siempre que celebramos la oración más importante de la Iglesia, la oración que la congrega y la define como el “Cuerpo de Cristo resucitado”, unido en la Caridad, unido en su amor.