– 2 de octubre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

“El justo vivirá por su fe”: Son éstas las últimas palabras de la primera lectura de este domingo. (Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4) El Profeta nos enseña que Dios es el Señor de los acontecimientos. El pondrá fin al mal cuando haya llegado la hora. Mientras tanto, sólo nos pide una cosa: que seamos fieles. La fe nos libera de construir nuestras vidas sobre lo efímero y lo aparente; por lo tanto, nos capacita para cimentar nuestra experiencia terrena en la solidez de un proyecto duradero y promisorio, proyecto de una vida cimentada en la visión superior del Reino de Dios que comienza en la vida presente con ese don de Dios que es la Fe.

También San Pablo, en los consejos y exigencias a su discípulo Timoteo, nos recuerda nuestra verdadera vocación como cristianos y nos alienta a dar valiente testimonio de Cristo, conservando la fe en toda su pureza (II Timoteo 1, 6-8.13-14). La fe es don de Dios; poseer una fe viva depende también de la generosidad en la respuesta del creyente; San Pablo lo define como “el fuego de la gracia de Dios”, es el fuego del Espíritu que Dios derrama abundantemente sobre los que le son fieles.

Las palabras de Jesús a sus discípulos en el evangelio de este domingo no son precisamente de halago, sino una llamada exigente a responder a la gracia. Porque es el don de Dios recibido en la fe el que los hace reconocer sus carencias en el discipulado y pedirle al Maestro: “Señor, “auméntanos la fe”. (Lucas 17, 5-10).

A esta petición Jesús responde con la alegoría: “si tuvieran fe como un granito de mostaza”. La advertencia de Jesús expresa a su vez un deseo del Señor. El quiere que nuestra fe aumente y llegue a ser tan fuerte como la fuerza para desarraigar un árbol frondoso de densas y fuertes raíces. También debe ser nuestra fe tan dedicada al punto de no reparar en renuncias y sacrificios.

Al final sólo somos siervos cumpliendo un encargo de alguien mayor. Con Cristo “servir es reinar”: Con estas palabras recuerda la Iglesia al candidato al sacerdocio un aspecto esencial de su vocación en la ceremonia de su ordenación sacerdotal; de modo que el servicio humilde nos es presentado como participación en la gloria de Cristo quien hoy nos amonesta diciéndonos: “Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.