– 5 de julio de 2020−

Padre Joaquin Rodriguez

 

Queridos hermanos:

Ayer, sábado 4 de julio, celebramos en los Estados Unidos de América, el Día de la Independencia. Efemérides que nos convoca cada año a honrar y celebrar la libertad y la existencia misma de la Nación Americana. Es éste el único país del continente americano que adoptó para sí y para ese gran experimento de libertad que hizo surgir la vida de un pueblo de pueblos el nombre de América, en derroteros de progreso y principios cristianos que permean la Declaración de Independencia americana y la propia Constitución de la Nación. En estos tiempos de prueba, de restricciones y de difíciles decisiones, invoquemos al Creador con humildad y la confianza que nos da el sabernos hijos del Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que hoy nos invita de nuevo a buscarlo como refugio de alivio y descanso.

Hoy, en el Evangelio (Mateo 11, 25-30), Jesús se nos muestra a un mismo tiempo como el Hijo de Dios -que es el único que conoce al Padre- y como el Señor manso y humilde de corazón, que nos invita a ir en su seguimiento. – En la primera lectura (Zacarías 9, 9-10) percibimos al rey que entrará un día en Jerusalén “justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”. – San Pablo, en su carta a los Romanos, nos enseña que, puesto que el Espíritu de Dios habita en nosotros, debemos vivir en conformidad con ese mismo Espíritu. Se trata del Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo; se trata del Espíritu de Cristo, de quien formamos parte como miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. Es el Espíritu quien nos resucitará, como a Cristo, de entre los muertos y nos hará vivir para Dios. Y esa “vida para Dios” es la vida eterna que, para quien ha “renacido en Cristo” comienza desde que somos adoptados por Dios como hijos en el Bautismo.

El centro de nuestra nueva vida es Cristo, su causa es el amor del Padre, el autor de esa milagrosa transformación en nosotros y de la vida nueva -vida de la Gracia- que nos trae, es el Espíritu Santo. Volvemos a encontrarnos en el seno de la Trinidad; sólo así podemos vivir la nueva vida, y sólo en ese “Hogar” podemos permanecer disfrutándola eternamente. Cuando Jesús da gracias al Padre por revelar esas cosas a los pequeños y humildes, vemos las Bienaventuranzas en acción. No es el mundo al revés, sino el mundo desde el revés en que lo hemos convertido los hombres con nuestras malas obras al mundo armónico en el amor del Padre: Para llegar a ese Padre sólo hay un Camino, Jesucristo, y ya lo conocemos.