– 11 de septiembre de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Las “parábolas de la misericordia”, propias del evangelio de San Lucas, dominan el mensaje de este domingo (Lucas 15, 1-32). Lucas enmarca el discurso de Jesús a los destinatarios de sus enseñanzas, entre “los fariseos y escribas” y “los publicanos y pecadores”, cuya cercanía a Jesús critican severamente los primeros.

 Las dos primeras, “la oveja perdida” y la “moneda perdida, nos preparan para la parábola mayor: “la del hijo pródigo”, que pudiera bien llamarse del hijo perdido. Esta última nos invita a mirar en profundidad el corazón del padre que, evidentemente, representa a Dios Padre Misericordioso, quien nos da siempre su amor fiel y perseverante, que nos busca y sale a nuestro encuentro, que se abaja a nuestra miseria para levantarnos y conducirnos al banquete en su casa, que es también la nuestra, donde cada hijo tiene su propia morada.

En las tres parábolas destaca la alegría por la reconciliación de los alejados, en contraste con la aprensión y descontento de los viejos creyentes, como los fariseos que se escandalizan de la acogida de Jesús a los considerados oficialmente como pecadores. Dios es perseverante en su amor misericordioso; la misericordia es la acción con que Dios nos entrega su amor, haciendo del pecador su destino primero y predilecto.

En la primera lectura (Éxodo 32, 7-11.13-14) se nos muestra el pecado del pueblo hebreo al fabricarse una representación material de Dios; al mismo tiempo nos presenta el perdón de Dios a su pueblo por quien suplica Moisés, a quien Dios ha escogido para ese fin, como sacerdote que intercede por los pecadores y que anuncia la de Jesús, Sumo Sacerdote del Pueblo de la Nueva Alianza. El autor sagrado usa el término “arrepentimiento” para definir la decisión de Dios de no castigar a su pueblo; término sumamente humano, que revela tempranamente en la Historia de la Salvación, la ternura del Corazón de Dios.

Comenzamos la lectura de una de las cartas pastorales de San Pablo (I Timoteo 1, 12-17). El Apóstol se presenta como muestra de la generosa misericordia de Dios, que le perdonó su pasada vida de perseguidor de la Iglesia de Cristo.

Cada cristiano tiene la vocación de recorrer el camino hacia Dios, partiendo del reconocimiento de sus propios pecados y poniéndose en camino, regresando a la Casa del Padre: rectificando sus actitudes y acciones de rechazo de los otros pecadores, dejándose moldear por el amor misericordioso de Dios y ser enviado como apóstol de ese Amor.