– 28 de agosto de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Hoy leemos en el evangelio que “todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”, de modo que nos resulta fácil inferir que el mensaje de la Palabra de Dios hoy, está centrado en la humildad. La humildad no está de moda en nuestro tiempo y, aunque en la predicación de la Iglesia conserva un lugar de honor, no es considerada por la mayoría, en la sociedad contemporánea, como una virtud deseable. Quizás luce bien parecer humilde y, ciertamente, muchas personas que conocemos lo son en mayor o menor grado. Pero, fuera de una virtud social conveniente y a veces disimulada, no solemos buscar el ser humildes, porque los criterios predominantes en nuestra sociedad no favorecen esa actitud y virtud que es la humildad.

Sin embargo, Dios piensa distinto, y quizás debiéramos meditar un poco en las enseñanzas que nos trae la Palabra divina en este domingo. La humildad es una virtud; la humildad es don de Dios; la humildad nos prepara, desde la vida presente, para la vida futura. Sin dudas que la baja en el aprecio de esta virtud tan necesaria para la vida espiritual tiene que ver con la falta de fe y la de una verdadera creencia en la vida futura del Cielo que, lamentablemente, padece nuestra generación.

La antigua sabiduría de Israel recomendaba frecuentemente la práctica de la humildad (Eclesiástico 3, 17-21.29). También Jesús insistió en ello como norma habitual de conducta: “El que se humilla será enaltecido” (Lucas 14, 1.7-14). A propósito de la enseñanza de Jesús, encontraremos los evangelios llenos de enseñanzas y advertencias acerca de la humildad y su necesidad para comprender el mismo mensaje evangélico y, por supuesto, para acercarnos a la amistad y el amor de Dios.

Por otra parte, no debemos confundir la insistencia sobre la humildad en la enseñanza de Jesús y el ejemplo que El mismo nos da con su vida y entrega por nuestra redención, con una actitud amorfa e indecisa. La firmeza en nuestras convicciones cristianas y la perseverancia insobornable ante las pruebas y persecuciones son también actitudes y obras en las que imitamos a Cristo quien, ante las acusaciones maliciosas y calumnias se mostraba duro e intransigente con los hipócritas y con los que abusaban de su poder. Un testimonio firme de la fe y la caridad sin límites con los pobres y necesitados de ayuda, defensa y consuelo, es el mejor modo de imitar y seguir al Maestro de Nazaret.

El autor de la carta a los Hebreos muestra la cara invisible de la asamblea litúrgica cristiana, donde no se dan los prodigios del Sinaí, pero se está en comunicación real con Dios en la presencia espiritual de Jesucristo y de la Iglesia celeste (Hebreos 12, 18-19.22-14ª). Esta es la última enseñanza de este documento que leemos en este Tiempo Ordinario. Una lectura detenida y profunda de esta epístola nos ayudará a evitar también el desviarnos de una práctica religiosa cristiana sobria y sólida, centrada en los misterios que celebramos más que en las formas en que celebramos esos misterios y que, en la tradición católica conserva una sobriedad guiada siempre por los pastores legítimos y no por las modas innovadoras ni por una especie de arqueología litúrgica que puede entretener pero que no forma en profundidad espiritual.