– 21 de agosto de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Dios quiere que todos los hombres lo conozcan, lo amen y se salven. Dios es Creador y Padre de la humanidad y nos ha mostrado su amor infinito adoptándonos como hijos en su propio Hijo en quien, en cierto modo, nos hace compartir su propia naturaleza divina; por eso no podemos concebir nuestra relación, con El y con todos, fuera del amor, porque “Dios es Amor”. En ese Amor y por amor Cristo murió por nosotros.

Jesús nos dice en el evangelio que todos los hombres han sido llamados a vivir con Dios, pero, asimismo, que, por lo que toca a la salvación, no hay posiciones adquiridas. Cada uno ha de pasar por la puerta estrecha de la renuncia y del don de sí mismo, incluyendo el sacrificio (Lucas 13, 22-30).

La lectura profética expresa el plan de Dios, que consiste en congregar a todos los hombres para mostrarles su gloria (Isaías 66, 18-21). La Iglesia tiene que ser el signo de la unidad del género humano; por eso, después de su Resurrección, Jesús envió los discípulos a todas las naciones, rompiendo las fronteras religiosas y tribales de Israel como profetizó Isaías.

La carta a los Hebreos exhorta a los cristianos perseguidos a soportar sus pruebas como una purificación; por esas pruebas y persecuciones nos purificamos en nuestro caminar hacia Dios, guiados por la fe. (Hebreos 12, 5-7.11-13). Si aprendemos a aceptar las pruebas con espíritu de hijos, éstas nos ayudarán a adentrarnos en la intención de Dios al permitirlas y en su amor de Padre que, al probarnos y llamarnos a la enmienda en nuestras actitudes y acciones, nos trata como a hijos y nos muestra su ternura y su amor.

Nos ha tocado vivir en un mundo de dicotomías: Reclamamos derechos sin cumplir deberes; aceptamos ser victimizados y manipulados para obtener ventajas injustas; pero no aceptamos ser corregidos en nuestras malas acciones y tampoco aceptamos las consecuencias de nuestras acciones cuando éstas nos han sido adversas. Sólo la Palabra de Dios puede sanarnos, renovándonos desde el corazón. Pidamos con humildad los dones necesarios y recibamos las pruebas como gracias que nos preparan para la vida verdadera: la VIDA ETERNA.