– 28 de junio de 2020 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Casi finalizamos un mes en el que hemos honrado a nuestros padres de la tierra y celebrado el amor del Padre celestial en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús; devoción que nos introduce en el misterio que es Cristo, y que nos propicia sentir la llamada a identificarnos con El en la Eucaristía. Ninguna devoción, de las innumerables que acoge la Iglesia por sus fieles, nos instruye tanto en el amor de Dios y en su propósito redentor integral para el hombre. La madurez espiritual puede y debe ser uno de los frutos más acabados como resultado de ésta que llamamos “la devoción”.

Hoy el Señor nos llama, en el evangelio del día (Mateo 10, 37-42), a asumir nuestra relación con Cristo en un grado superior de madurez: “El que no toma su cruz, no es digno de mí”, “el que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. Son éstas, exigencias extremas que, sin embargo, no niegan el amor legítimo a los padres, a los hijos y a todos aquellos con quienes compartimos la vida y peregrinamos en el mundo; pero éstas son relaciones que brotan de la necesidad y la mutua dependencia; el amor a Cristo es diferente, tiene que ser libre.

Y es, precisamente, esa exigencia de desprendimiento la que al final nos hace verdaderamente libres; libres y capaces de un amor humano maduro y generoso, desprendido y sacrificado. -Nuestra relación con Cristo no parte del mismo punto de relacionalidad que dicta la necesidad y el afecto sensible como primera motivación, sino que es una relación según el Espíritu.

Teniendo esto como lo primero e indispensable, tendremos entonces la capacidad de relacionarnos con los demás en un clima de amor y respeto, con capacidad de una entrega que nos enriquece y recompensa en el desprendimiento de la Caridad, verdadera meta del amor cristiano que comienza en el amor de “ágape”, amor necesario para la edificación de la comunidad; siendo ésta el ámbito natural de la Iglesia y, en ella, del compartir sin límite en esa plenitud de la Caridad: el Amor original e incontaminado de Dios.

Según la primera lectura (II Reyes 4, 8-11 . 14-16ª), la acogida al profeta Eliseo atrae la bendición de Dios sobre el hogar que lo acoge en Sunem; la respuesta en esa bendición es la fecundidad en el regalo de un hijo. Es la Gracia, misterio divino de dádiva gratuita, que hace fecunda la vida en quienes están dispuestos a acoger a Dios en sus enviados. – En su Carta a los Romanos (6, 3-4 . 8-11) San Pablo nos enseña que hemos sido salvados por la muerte y resurrección de Cristo. El Bautismo nos introduce en este misterio: El creyente, al sumergirse en el agua, muere con Cristo; al salir de ella, resucita con El. -Al morir al pecado por el poder de la muerte y resurrección de Cristo y la acción del Espíritu, comenzamos a vivir bajo la ley de la libertad de los hijos de Dios: Libertad en el Amor del Padre que nos da a su Hijo, al Hijo de su amor.