– 10 de julio de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Nos encontramos hoy, en el evangelio de la Misa dominical, con una de las parábolas mayores, con la que Jesús nos instruye sobre el Reino de los Cielos como destino de nuestro peregrinar terreno. Pudiéramos decir que la vocación de todo cristiano tiene que pasar por el examen que él nos propone en la parábola del Buen Samaritano; si conocemos algo del mensaje evangélico, no nos resultará difícil ver al mismo Jesús dibujado en el protagonista de la parábola.

A la pregunta del letrado: ¿quién es mi prójimo? Jesús responde con una historia ejemplar, pero insólita para la mente de un judío observante de la Ley y encerrado en la interpretación estrecha de la misma; llena a su vez de pistas y mensajes iluminadores. Sobre todos se encuentra el personaje central, que no es el “hombre que cayó en manos de bandidos” sino quien se apiadó de él, “eligiéndolo como prójimo” y “tratándolo como hermano”. Jesús no nos dice quién es nuestro prójimo, sino que nos invita a decidir de quién queremos ser nosotros prójimos.

La parábola del Buen Samaritano es un reflejo de cómo debemos vivir en concreto la ley del amor a Dios y a nuestros hermanos (Lucas 10, 25-37). -La primera lectura, tras habernos exhortado a la conversión al Señor “con todo el corazón y con toda el alma”, recuerda que la ley de Dios no es algo exterior a nosotros mismos: se encuentra dentro de cada uno y hemos de llevarla a la práctica (Deuteronomio 30, 10-14). -La epístola a los Colosenses que empezamos a leer este domingo es una de las cartas de la cautividad, escrita por San Pablo desde la prisión, tal vez en Roma. El tema fundamental de la misma       - un verdadero himno cristológico - es la primacía de Cristo en el universo y en la Iglesia: “Hijo de Dios, primogénito de toda criatura, principio de la nueva humanidad en su resurrección de entre los muertos (Colosenses 1, 15-20).

El amor de Dios manifestado en Cristo, es un amor sin límites, desbordante y generoso, que se alegra haciendo el bien porque antes se ha compadecido del dolor ajeno y lo ha hecho propio. Siempre, ante cualquier situación que nos haga vacilar o dar un rodeo, buscando excusas para asistir y servir al prójimo, Cristo nos llamará desde el caído en manos de bandidos y responderá a la llamada desde nuestro propio corazón, ahora el de un hermano, ahora el de otro nuevo “buen samaritano”.