– 19 de junio de 2022 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

En una feliz coincidencia celebramos hoy, “Día de los padres”, la Solemnidad del “Corpus Christi”. Trasladada desde el jueves al domingo siguiente en favor de los fieles, la Iglesia nos la presenta este año resaltando el tema de la eucaristía como ‘banquete mesiánico y de acción de gracias’.

Esta fiesta se comenzó a celebrar en Lieja (Liège, Bélgica) en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el papa Urbano IV en 1264, teniendo como finalidad la fe en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía. Presencia permanente y sustancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica.

El más antiguo testimonio bíblico sobre la institución de la Eucaristía, a comienzos del año 57 d.c., lo encontramos hoy en la segunda lectura de la Misa (I Corintios 11, 23-26); la misma que leemos cada Jueves Santo en la proclamación apostólica. – La multiplicación de los panes en el evangelio del día, preparó a los discípulos para recibir la revelación del banquete en que Jesús se entregaría a sí mismo como comida (Lucas 9 11b-17). – En la ofrenda de pan y vino que hizo Melquisedec, la Iglesia ha visto una lejana profecía de la Eucaristía y del sacerdocio de Cristo (Génesis 14, 18-20).

Todos los gestos y, más aún, los milagros de Jesús, tienen un significado profundo y santificador más allá del propio acontecimiento; por eso San Juan llama siempre “signos” a los siete milagros que nos cuenta en su evangelio. El relato de la multiplicación de los panes y lo peces que nos ocupa hoy, nos es presentado en San Lucas con esa misma dinámica y significación: No se trata primero de resolver la necesidad perentoria de la multitud, aunque sea éste el primer motivo temporal. Primero Jesús les estuvo hablando del Reino de Dios; luego curó a los enfermos, hecho que constituye uno de los signos de la llegada de ese Reino según los antiguos profetas; por último los alimenta con una acción que recuerda el maná dado en el desierto.

En secuencias pedagógicas, Jesús va revelando la intención del Padre de seguir alimentando a su Pueblo con un alimento que los sostendrá en el camino y les permitirá perpetuar la experiencia en el “banquete de vida eterna”.

Lo más hermoso y central de toda celebración eucarística siempre será el hecho de que, por su infinito amor, Jesús se ha ofrecido por nosotros en el sacrificio de la cruz y nos da como alimento su Cuerpo y su Sangre. El nos ha dicho: “Yo soy el pan que da la vida eterna”; dejémonos transformar por ese mismo Pan que comemos, dejémonos transformar en ese mismo Amor que nos lo da.