– Domingo 29 de mayo de 2022—  

– SOLEMNIDAD –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Con su subida en cuerpo y alma a los cielos, finaliza la presencia física de Jesús en la tierra y se inicia el tiempo de la Iglesia. San Pablo, en la carta a los Efesios (Efesios 1, 17-23), recuerda que Jesús, sentado a la derecha del Padre, es también Cabeza de la Iglesia. Por tanto, Jesús regresa al Padre, pero permanece con nosotros.

Los papas ‘Francisco’ y ‘Benedicto XVI’ nos ilustran el misterio de la Ascensión como sigue: “En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha quedado unida a Dios. Cristo nos ha abierto el camino. Si le confiamos nuestra vida, si nos dejamos guiar por él, podemos estar seguros y confiados de que estamos en las manos de nuestro Salvador”. La Ascensión no debe ser interpretada como una ausencia temporal de Cristo del mundo presente; más bien: “vamos al cielo en la medida que vamos a Jesucristo y entramos en él”. El Cielo es una persona: “Jesús mismo es lo que llamamos Cielo”.

La Ascensión de Cristo se halla íntimamente ligada a su resurrección, como lo hace notar el evangelio de San Lucas (Lucas 24, 46-53). Tanto en Lucas como en Marcos podemos ver íntimamente relacionados el retorno de Jesús hacia el Padre con el acontecimiento pascual, presentando la resurrección y la ascensión como un único movimiento que conduce al Señor a su gloria.

El libro de los Hechos de los Apóstoles comienza con el relato de la Ascensión del Señor (Hechos 1, 1-11). Lucas, que ha concluido su primer libro (Evangelio) con el relato de la Ascensión, comienza el nuevo libro de la Iglesia (Hechos) con el mismo relato. En el Evangelio predomina la alegría, signo de la promesa del Espíritu que recibirían en Pentecostés; en los Hechos predomina el asombro de los discípulos y el mensaje de esperanza recibido de los ángeles. La comprensión necesaria que transformará a los discípulos en testigos-apóstoles del Resucitado les vendrá en Pentecostés: Entonces la Iglesia naciente, que ha sido abatida en la Pasión y Muerte de su Señor, será trasformada por el Espíritu Santo en la Iglesia misionera que llevará la Buena Noticia hasta los confines de la Tierra.

La Iglesia. Tan visible y frágil en su etapa terrena, es siempre el Cuerpo vivo de Cristo resucitado; es un misterio que sólo puede ser comprendido en el amor; Amor que la trasciende y que será lo único que quede cuando sea asumida plenamente en su llegada a su meta verdadera: el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.