– “Domingo de los profetas”--

– 3 de abril de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Dios siempre realiza algo nuevo en nosotros, es nuestro Creador y nos ha recreado en el Bautismo. El profeta Isaías nos anuncia el gran designio de Dios, que consiste en renovar todas las cosas (Isaías 43, 16-21). Cristo, con su muerte y resurrección, es quien debía obrar tal renovación; en Él somos esa Nueva Creación, ese Hombre Nuevo, como nos enseña hoy San Pablo. Sin Cristo todo es pérdida, pero configurados con su muerte somos ya el inicio de la Nueva Creación (Filipenses 3, 8-14).

Cristo es la fuente perenne de toda renovación; Él perdona el pecado y restaura a la persona que ha pecado: El pecado es una acción personal que contradice la Ley de Dios y pervierte al Hombre; la infidelidad rompe la armonía entre las personas por ser una falta grave a un compromiso mutuo y sagrado, pero también hiere la sensibilidad y la integridad de la persona que experimenta la ofensa y sufre la traición. El perdón a la mujer adúltera nos plantea también un conflicto moral profundo y un replanteamiento de la posición del hombre y la mujer en el contrato matrimonial y en su correlación con la sociedad en la que la familia se establece, se desarrolla y vive en la búsqueda de la felicidad; una felicidad temporal y limitada, pero destinada a ser testimonio y proyecto de la celeste, de la vida futura y eterna (Juan 8, 1-11).

Jesús perdona a la mujer después de haber confrontado a los acusadores con sus propias conciencias: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Le es muy fácil al ser humano establecerse en juez de su prójimo pero, confrontado con su propia vida, esa posición va a resultar incómoda y hasta insostenible para aquel que lo hace fuera del camino de la misericordia de Dios.

Vivimos una época que ha sido impregnada de ideologías manipuladoras del ser humano. Más que nunca, hoy necesitamos una formación moral profunda, guiada por un humanismo del cual sólo la Iglesia, “experta en humanidad”, parece tener la brújula moral y espiritual. No nos extrañemos de ver nuestra fe atacada continuamente y a la Iglesia institucional escrutada sin fin y sin piedad. Nuestra vocación hoy sigue siendo ser profetas; profetas para un mundo difícil y duro, pero también sufrido y herido en lo más profundo de su ser por el mismo pecado que siempre ha apartado al Hombre de Dios.