“Domingo de Israel” – 27 de marzo de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos Hermanos:

Después de haber caminado durante cuarenta años por el desierto, Israel entró en la tierra prometida y allí, por primera vez, celebró el pueblo la Pascua, conforme vamos a leer en el libro de Josué (Josué 5, 9-12). Dios es fiel a su promesa, pues tiene una misericordia infinita. Esto es lo que nos enseña, con términos emotivos, la parábola del Hijo pródigo (Lucas 15, 1-3.11-32) y es, también, lo que nos recuerda San Pablo cuando nos invita a reconciliarnos con Dios (II Corintios 5, 17-21).

Hoy leemos en el evangelio de la Misa uno de los textos clásicos de la Cuaresma y, quizás, el más ilustrativo de la misericordia de Dios; pues la “parábola del hijo pródigo” nos trae sin dudas un mensaje inevitable en el Evangelio de Jesús. También se le ha llamado a esta parábola del “Padre misericordioso” porque es, en realidad, el Padre el verdadero protagonista de la misma. San Lucas nos entrega esta joya del evangelio como la cima de la revelación de la misericordia divina: “La oveja perdida”, “La dracma perdida” y “El hijo perdido y encontrado” (el hijo pródigo, o sea, dilapidador de los bienes recibidos del Padre). Sólo Jesús, único conocedor del corazón y la intimidad del Padre, pudo darnos una definición de ese calibre de su amor misericordioso y sin límites.

Estas tres parábolas son la respuesta de Jesús a los fariseos y escribas que murmuraban de Jesús diciendo: “Éste acoge a los pecadores y come con ellos”. Sin esa consideración podríamos perder el rumbo en la interpretación de un relato tan lleno de pistas conducentes a un nuevo y distinto concepto sobre Dios, al que la religión de Israel no logró llegar ni comprender a pesar de tantas y abundantes pistas encontradas en la Biblia. Sí, Dios es ese Padre dibujado por el Hijo en la parábola, y más, porque la comprensión del amor misericordioso de Dios no le es posible al hombre que no ha experimentado la necesidad del perdón.

En Cuaresma, tiempo de oración y obras, tiempo de perdón, aprendemos a traducir la misericordia divina por el camino de la reconciliación: indispensable y recompensante ejercicio de la gracia aplicada a nuestra fragilidad humana.