– Domingo 9 de enero de 2022 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La Fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo siguiente a la Epifanía, además de ser también una “epifanía”, palabra griega que significa “manifestación”, constituye un momento litúrgico de especial revelación y gracia para la Iglesia. En el Oriente cristiano es ésta la fiesta llamada y celebrada como Epifanía; por otra parte, nosotros la celebramos con una mirada atenta al comienzo del ministerio público de Jesús, por el que Él nos mostrará al Padre y, como Camino, nos conducirá hacia Él. El Bautismo del Señor, según nos muestran todos los evangelistas, nos presenta el misterio completo de la revelación del Dios Uno y Trino, o sea, el misterio del la Santísima Trinidad; al mismo tiempo descubrimos, por esta referencia trinitaria, la inauguración del “Nuevo Bautismo”, el de Cristo, con el que comenzamos la vida cristiana al ser consagrados por el Espíritu Santo en el misterio de la misma vida divina.

El Evangelio narra cómo, estando Jesús bautizándose, el Espíritu Santo descendió sobre Él y la voz del Padre se hizo oír para presentarle como su Hijo amado (Lucas 3, 15-16.21-22). De esta manera, tenía cumplimiento el antiguo vaticinio hecho por el Señor: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-4.6-7). Jesús, glorificado por el Padre y consagrado por el Espíritu, podía ya comenzar su ministerio, que San Pedro resume así: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10, 34-38).

Efectivamente, en el Bautismo somos iniciados, en Cristo, como siervos de Dios destinados a manifestar, en la humildad de la obediencia, a Cristo: el Siervo por excelencia, que en la humillación de su Pasión se entregó por sus hermanos en Sacrificio expiatorio. – Por esta nueva condición bautismal somos enviados al mundo a hacer el bien, proclamando con nuestras vidas la salvación de Dios y llamando a nuestros hermanos a participar de la misma. El que la Iglesia llama “sacerdocio común de los fieles” es el que adquirimos y en el que somos consagrados en el Bautismo; es este “sacerdocio” por el que participamos de los méritos de la Pasión de Cristo y por el que somos enviados en su nombre. – Como Cristo, el “Hombre-Dios-Redentor”, en el Bautismo recibimos el Espíritu Santo que él ya poseía como Dios y por el que, en el Bautismo sacramental, recibimos la Nueva Vida de Hijos de Dios.

Jesús pasó por el mundo haciendo el bien; así nosotros somos enviados en su nombre a ejercer ese ministerio, derivado de nuestra nueva condición de Hijos de Dios por el Bautismo.