– 31 de octubre de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Nuestro mundo actual es deudor de un “humanismo cristiano”; sin embargo, muchos no lo saben por ignorar la historia y, con ella, el origen del pensamiento moderno. Algunos piensan que ya vivimos en un mundo posmoderno y, por lo tanto, poscristiano. Esto ocurre debido a varios factores: Que muchos ya no se identifican como cristianos; que muchos, identificándose como tales no viven su fe íntegramente o no la viven en absoluto; que muchos cristianos practicantes no encuentran o no desean hacer presente su fe y principios en un compromiso en la sociedad donde viven, o no viven insertados con la identidad de cristianos y con un compromiso de testigos y apóstoles. Por último, pero no menos importante, porque el laicismo y el ateísmo, adoptados y potenciados por ideologías políticas totalitarias, nos han tomado la delantera explotando todo lo bajo y frágil que se encuentra en la naturaleza humana vulnerada por el pecado.

A esto le ha seguido un trabajo de zapa delincuencial en la promoción y explotación de todos los vicios en una mezcla de sexo y drogas en su versión más permisiva y abyecta. Podríamos escribir libros sobre estos temas y sólo abundaríamos en los ya escritos como estudios serios que pocos leen o novelas del bajo mundo que suelen tener mejor suerte literaria aunque carezcan de méritos y arte.

Regresando al tema original, no podemos construir y vivir un auténtico “humanismo cristiano” sin tener en cuenta y asumir los principios del mismo que encontramos necesariamente en la “Ley de Dios”. Esta Ley se basa y estructura en el Decálogo, donde encontramos los ya conocidos Diez Mandamientos.

En el evangelio de hoy Jesús nos trae a la memoria el primer mandamiento, que consiste en reconocer en la fe a un único Dios y amarle con todo nuestro corazón (Marcos 12, 28-34). El amor es la única realidad que implica e integra a toda la persona. La persona se realiza en el amor, como amor. El amor hacia Dios requiere la implicación de toda la persona; este amor no se puede separar del amor hacia el hombre.

-En su respuesta Jesús cita Deuteronomio 6, 4-5 y Levítico 19, 18, uniendo así dos textos magistrales del Pentateuco, cuyo conjunto es denominado “La Ley” por el Pueblo de la Antigua Alianza. Jesús, el “Nuevo Moisés” (Nuevo Legislador) se muestra aquí como el “Sumo Sacerdote” que nos sigue presentando la Carta a los Hebreos (Hebreos 7, 23-28). El es ese Sumo Pontífice santo, inocente y sin mancha que conoce en profundidad la voluntad de Dios y el sentido del Mandamiento; pues el Primero lo abarca todo; el resto de los Mandamientos serán la explicación y aplicación a los detalles y circunstancias de la vida del hombre, a quien están dirigidos. Así, desde el Exodo, en su primera versión, hasta la más interiorizada y explícita del Deuteronomio, que encontramos en la primera lectura de la Misa de hoy (Deuteronomio 7, 23-28), podemos avanzar en la comprensión, tanto de las palabras como de la intención original de Dios en su Revelación.

El “Shemá”, el “Escucha Israel” con que Jesús responde a la pregunta del Letrado (entre desorientada y maliciosa), lo dirige hacia lo esencial que es escuchar al Dios vivo en su Viva Palabra que es el mismo Jesús. El que busca la verdad y la justicia, aún sin saberlo, está buscando a Dios y, en El, su salvación.

Nuestro humanismo moderno valora al hombre, pero esa valoración no será auténtica y productiva si no lo considera en su realidad de “criatura”, creado a imagen y semejanza de Dios. Si no logramos abrazar el Amor en Dios, más allá de los conceptos limitantes de la vida presente y del mundo terreno, nunca podremos amar al “prójimo” que, por más “próximo” que sea, nos será ajeno y lejano, al ser despojado de su dignidad de origen: el Dios que es Amor.