– 17 de octubre de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

“La primacía para el martirio y para el servicio a los humildes”: Esas son las condiciones para los seguidores del Cristo, según leemos en el evangelio de este domingo. Sin embargo, nadie concibe esas pruebas, características y actitudes espontáneamente”.

En el evangelio (Marcos 10, 35-45) Jesús nos asegura que, para tener parte en su triunfo, es menester compartir también sus sufrimientos: como hizo El, no hay que pretender ser servido, sino servir. El llevó el servicio hasta llegar a dar su vida en rescate por la multitud, como lo había profetizado ya el poema del Siervo doliente: “Mi Siervo, dice el Señor, justificará a muchos” (Isaías 53, 10-11). El es capaz de comprender nuestras debilidades, según leemos en la epístola (Hebreos 4, 14-16). Jesús, nuestro sumo sacerdote, sigue sirviendo a los hombres; intercede ante Dios en favor nuestro, toda vez que es capaz de comprender nuestras debilidades.

Vislumbrando el fin glorioso del Mesías los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan) consienten en acercarse con su madre a Jesús y pedirle compartir su triunfo: “sentarse a su derecha y a su izquierda”; esto significa ocupar los primeros puestos en su reino, junto al trono. Jesús precisa que deben estar dispuestos a beber de su cáliz y a compartir su bautismo, expresiones simbólicas de compartir su suerte. En el mundo de los hombres esto no se acepta y asume sin un sentido de seguridad triunfalista, excluyendo el sacrificio y la prueba. Como podemos inferir de la respuesta de Jesús, El cuenta con nosotros para su obra redentora, pero nos advierte que el camino es la Cruz: beber el Cáliz de la Pasión y sufrir el Bautismo de sangre en el martirio como testimonio supremo de entrega de amor.

El maestro, en sus discípulos, nos llama a compartir su suerte en su totalidad: por la Cruz hacia la Gloria. Y es que, en la vida del cristiano (“del que es de Cristo”) todo es gloria, hasta el sacrificio y la cruz. Solemos llamar “cruces” en nuestras vidas a todo lo que es costoso, sobre todo en el sentido moral y afectivo, y no estamos lejos de la verdad; pero nos falta tal vez la perspectiva de la entrega amorosa y de la COMIUNION, palabra que nos propone una realidad única, que define como ninguna otra esa relación original y exclusiva entre Jesucristo y el Padre y que, según su propia promesa profética, nos está destinada como meta definitiva de nuestro peregrinar.