– 26 de septiembre de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

El evangelio de este domingo (Marcos 9, 38-43.45.47-48) comprende dos partes: En la segunda Jesús previene a sus oyentes contra el escándalo. En la primera da a entender a los apóstoles que, más allá del grupo que ven que les sigue, hay hombres que creen en El y trabajan con El; Dios no sólo actúa a través de los discípulos; podemos concluir que “Dios no tiene las manos atadas” por reglas e instituciones que son siempre circunstanciales. Al comunicarnos su voluntad y sus planes Dios actúa con gran pedagogía: “la pedagogía divina” es única y pretende siempre mostrarnos y llevarnos hacia esa “otra dimensión”, que es en la que está y actúa Cristo. Mientras los hombres tratamos siempre de encasillar en conceptos todo lo que Dios no ha revelado, reduciéndolo simplemente a una “religión”, Dios sigue siendo libre y así se acerca a nosotros y nos convoca para mostrarnos su amor, o sea, su propia naturaleza. Para el Hombre siempre Dios será “el Otro” inabarcable e irreductible a nuestro estrecho y limitado entendimiento.

Jesús ve como un pecado gravísimo y corruptor de la libertad y del corazón del hombre, el escándalo a los pequeños; escándalo que no sólo daña a los niños, sino también a los que se encuentran marginados y despojados de poder. Esto nos explica la firmeza y dureza de las palabras condenatorias contra los que escandalizan a los “pequeños”.

La primera lectura (Números 11, 25-29) nos muestra que el Espíritu de Dios sopla donde quiere: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” dice Moisés. Es ésta una invitación unida al deseo de que los elegidos de Dios estemos siempre dispuestos a recibir y responder a sus inspiraciones. Es el Espíritu quien dirige al Pueblo de Dios, algo que nunca debemos olvidar; de lo contrario pagaremos el precio por ahogar la acción del Espíritu, tentación a la que cedían los apóstoles al prohibir su acción en los que consideraban “no ser de los nuestros”.

Santiago clama contra los ricos de su tiempo con la fuerza de los antiguos profetas: al oprimir a los pobres y a los honrados están repitiendo en el prójimo la condena a Jesús, el Justo por excelencia (Santiago 5, 1-6). Edificar la fortuna propia sobre la explotación de los trabajadores o privarlos de sus bienes con cargas excesivas y desproporcionadas a sus recursos, constituye un pecado gravísimo del que Dios pedirá cuentas en el Juicio.