– 19 de septiembre de 2021 -.

Padre Joaquín Rodríguez

 

“Iba instruyendo a sus discípulos”:

Así nos indica San Marcos la importancia de esa dinámica en la formación de los Apóstoles, que consiste en estar “aparte” con Jesús. Todos los cristianos, si queremos vivir “de Cristo” y “en Cristo”, necesitamos primero “vivir con Cristo”; necesitamos estar con El y aprender de El, que nos enseñará con calma y dedicación. Para ello necesitamos mucho la oración, esa especial oración de contemplación de su palabra, de amistad profunda e íntima, “lugar” privilegiado de aprendizaje e intimidad, de amor y amistad profundos. Por eso necesitamos ser conscientes de su llamada y querer responderle sí: Te escuché y te respondo con mi seguimiento a dondequiera que vayas; es necesario e imprescindible ese propósito de llegar a ser suyos desde hoy y para siempre.

 

Yendo de camino hacia Jerusalén, subida a la Ciudad Santa que ocurre sólo una vez en el evangelio de Marcos, Jesús continúa profetizando su pasión, y la primera lectura nos prepara para ese anuncio (Sabiduría 2, 12-20). El rechazo y la condena del Mesías había sido profetizado de forma enigmática en el Antiguo Testamento por medio de las figuras del Siervo de Yahvé, del Profeta y del Justo perseguidos a causa de su bondad y fidelidad a Dios; esto no responde a un deseo malo de Dios, sino a la condición pecadora de los hombres, que no soportan la justicia.

 

Jesús da a sus discípulos una lección de humildad y servicio: comenzando con los más insignificantes, los niños, y culminando con el lavatorio de los pies a sus discípulos en la Ultima Cena, seguida de su mansedumbre en la Pasión: Todos, modelos de actuación para los futuros jefes de la Iglesia (Marcos 9, 30-37). Servir al niño, al pobre, al hermano, al discípulo, es “servir a Cristo”, es “acoger a Cristo” y “recibir al Padre”.

 

Santiago traza, en su epístola, un admirable cuadro de la vida social, fundada sobre la justicia y la paz, pero también nos muestra los resultados, en la Iglesia y en la sociedad, del olvido del ejemplo de Jesús, que provoca luchas y conflictos en todos los ámbitos de la vida humana, en medio de la sociedad y de la propia Iglesia; todo producto de la “codicia” de los hombres (Santiago 3, 16-4, 3).

 

Resumiendo las enseñanzas de la Palabra en este Domingo, podemos afirmar que la “codicia” nunca nos lleva a Dios, sino que nos aparta de El y del Reino que nos promete su Hijo Amado. Sin embargo, el sacrificio, del que tanto huimos, constituye el elemento indispensable en la edificación de toda obra buena, que Dios pueda reconocer como suya en nosotros. Por supuesto, no pueden faltarles a esta ecuación, el respeto y el amor.