– 12 de septiembre de 2021—

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Al acercarse el final de su ministerio en Galilea Jesús, después de preguntar a sus discípulos la opinión de la gente sobre él, les pregunta acerca de su propia opinión y Pedro responde “Tú eres el Mesías”; Jesús les prohíbe decírselo a nadie y comienza a instruirlos sobre su Pasión; Pedro lo reprende y es llamado “Satanás”, o sea, “tentador” (Marcos 8, 27-35). Es evidente que el anuncio de la Pasión y la Cruz no está en los planes de Pedro ni de ninguno de los doce; tampoco está la prueba y la muerte en los planes de ninguno de nosotros de modo que, aun sabiendo que hemos de morir y que la vida está llena de pruebas, casi siempre diferimos la hora de tomarlo en serio, aun teniendo responsabilidad por otros; no soportamos lo negativo del sufrir y del morir. Jesús, que nos ha precedido en todo al asumir nuestra naturaleza y condición humana, nos da ejemplo y marca el camino a todo el que quiera ser su discípulo. El es el “Siervo de Yahvéh, cuyos sufrimientos y confianza en Dios evoca la primera lectura (Isaías 50, 5-9ª), cuyo texto forma parte del tercer Canto del Siervo del Señor.

Este tema apela a nuestra conciencia de discípulos, pero también nos obliga a preguntarnos cuánto conocemos a Jesucristo. Cuando lo llamamos así estamos uniendo dos nombres: Aquel con el que el Hijo de Dios se presentó y vivió entre los hombres, que quiere decir “Dios salva”, con el de “Cristo”, que significa “El Ungido”. Pero esa “UNCION” no sólo hace referencia a la consagración en el Espíritu Santo manifestada en el Jordán; también hace referencia a su condición de “Cordero de Dios”, o sea, de “Víctima del Sacrificio”. El Mesías, o sea, El Cristo tenía que padecer: Esas palabras las oímos cada vez que Jesús habla de su Pasión, las oímos en el Tabor, en el diálogo con Moisés y Elías, y la oímos cuando el Resucitado explica a sus discípulos esa Pasión y Muerte de cruz que acaba de suceder y que ha sido vencida y superada en la Resurrección, de la que ellos serán testigos cualificados.

Pedro ha dicho la verdad sobre la identidad del Salvador, pero Jesús explica que esa verdad será poseída realmente sólo a través de la experiencia, es decir, de ese modo bíblico de conocer que parte de la relación con la persona; y esto pasa por la vía del amor. El conocimiento de Cristo como Persona divina, es decir, como Señor, como único Señor y Salvador, pasa por compartir su vida y su misión; eso era lo que le faltaba a la comprensión de Pedro y los demás para poder aceptar la profecía de la Pasión. Conocer a Cristo desde la literatura y la intelectualidad no significa nada; como creyentes, seguiríamos siendo en nuestra vida como los demás, que opinan desde su conocimiento, desde lo que ha oído decir, o desde la ignorancia total acerca del Hijo del Hombre, el Hijo de Dios. Sin una relación personal en la FE sería imposible decir que CREEMOS y, por lo tanto, sería imposible vivir su Vida, vivir en El y por El.

Santiago, cuya carta es eminentemente pastoral, nos recuerda que la fe del cristiano se manifiesta en las obras y, en especial, en el servicio a los hermanos más desheredados; el apelativo “hermano” con el que solemos llamarnos en la Iglesia, es mucho más que un nombre: es un envío, es un compromiso, es una vocación (Santiago 2, 14-18).