(24 de mayo de 2020)

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

La Solemnidad de la Ascensión, a los cuarenta días de la Resurrección del Señor, constituye para la Iglesia un momento fundacional a la par que un reto en su condición de testigo y misionera. Sólo cuarenta días han tenido los apóstoles para acostumbrarse a la nueva relación con el Maestro, ahora el “Señor resucitado”. Días de intensas experiencias por sus apariciones entre ellos, apariciones en las que sólo Jesús les habla para aclararlo todo, relacionando esos momentos con sus enseñanzas, acciones y milagros de cuando caminaba y obraba entre ellos.

Todo lo ocurrido antes de su muerte se transforma bajo la nueva luz de la resurrección. Es un momento fundacional porque la Ascensión señala el camino; Lucas nos ha presentado a Jesús en camino desde Galilea hacia Jerusalén y desde Jerusalén al Cielo. En ese “Camino” los discípulos han sido llamados, ha sido un camino vocacional; y en ese “Camino” Jesús les ha revelado su condición y naturaleza, y los ha formado como “apóstoles para la Misión”, Misión que ahora deja enteramente en sus manos.

Y ellos se quedan “mirando al cielo”; hasta Pentecostés no serán capaces de asumir el reto en su plenitud: Y es que la misión la asumirán como enviados, apóstoles en nombre de Cristo, muerto y resucitado; e irán anunciando la salvación y el perdón de los pecados, y llamando a la conversión. Esa es la misión base (fundacional) de la Iglesia y ése es también el reto que, en contraste con el mundo al que son enviados, deben asumir con la fuerza del Espíritu.

La ascensión de Jesús a los cielos es un motivo de gran alegría porque “es ya nuestra victoria”, como decimos hoy en la oración colecta de la Misa. Al subir al cielo, Jesús abre un espacio junto a Dios para los hombres. -La liturgia de la Iglesia nos ha ido preparando, durante el tiempo pascual, con la lectura y meditación de la “oración sacerdotal de Jesús” en la última cena.

En ese diálogo con el Padre en favor de “los suyos que quedan en el mundo”, y en las recomendaciones a “los suyos” que son sus discípulos, Jesús está “fundando” la Iglesia; esas enseñanzas y recomendaciones versan en lo esencial que resulta su relación con el Padre: En Jesús se realiza ese encuentro, esa relación sin la cual no hay fraternidad, no hay comunión y no existe la Iglesia. Y Jesús es uno con el Padre: Así, y no de otra manera, es la Iglesia; el Cuerpo de Cristo resucitado que, ahora y para siempre, vive en el Padre.

Las lecturas de hoy nos guían a través del Misterio de la Ascensión: Al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, Lucas nos describe la partida del Señor hacia el cielo (Hechos 1, 1-11). -En el evangelio, Mateo nos refiere los términos de la misión confiada por Jesús a sus Apóstoles después de su última manifestación (Mateo 18, 16-20). -Siguiendo a San Pablo, nos adentramos más allá de la nube y contemplamos a Cristo “sentado a la derecha de Dios en los cielos”, como Cabeza de su Iglesia, Pastor, Rey y guía de la humanidad, Señor del universo y fuente de vida para cuantos creen en El. (Ef. 1, 17-23).

Finalmente, es San Pablo, en su carta a los Efesios, quien nos hace entrar en el misterio de la glorificación del Resucitado “a la diestra de Dios Padre”. Celebremos esta fiesta de Cristo y de su Iglesia llenos del fervor y la alegría del Espíritu, “que ya ha sido derramado en nuestros corazones”.