– 8 de agosto de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Ya en el tercer domingo de la “Pascua del pan de vida” Jesús, que nos ha invitado a “trabajar por el alimento que dura para la vida eterna” refiriéndonos al Padre, hoy se revela El mismo como ese “pan bajado del Cielo” que el padre nos da a comer. Es evidente la relación que encontramos en cada etapa del texto de San Juan en el capítulo seis de su evangelio cuando, comenzando con el relato del “signo” de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús nos revela el “misterio” que un día va a ser “Sacramento de vida para el mundo” y que va a explicitar en la Cena Pascual y completar en la Cruz.

Hoy, en la primera lectura (I Reyes 19, 4-8) Elías, el profeta insignia del Yahvismo, perseguido a causa de su fidelidad a la llamada de Dios, recibe en el desierto el mandato definitivo de su misión y es alimentado con un pan milagroso. La Iglesia siempre ha visto en ese episodio un anuncio de la Eucaristía como “viático”, o sea, como alimento del caminante; en nuestro caso, como peregrinos en este mundo, como otrora el Pueblo de Israel en su peregrinación de cuarenta años hacia la Tierra de promisión; ahora, para nosotros, esa “tierra” es la plenitud del Reino que ya ha comenzado y que, en su plenitud, llamamos el Cielo.

En la segunda lectura (Efesios 4,30 – 5,2) San Pablo nos refiere a Cristo en su condición de “víctima del sacrificio”, realidad de la que nosotros participamos, y que se renueva en cada celebración eucarística y en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor, quien es siempre la Víctima del Sacrificio ofrecido por nosotros de una vez y para siempre. Siempre la acción del Espíritu hace posible esa realidad, esa Comunión.

En el desierto el Pueblo escogido “murmuró”; la misma palabra con semejante acepción es usada aquí (Juan 6, 41-51) por San Juan al introducir en su relato la controversia y el rechazo entre Jesús y los “judíos”, término con el que siempre Juan se refiere peyorativamente a aquellos de entre el Pueblo de Israel que pertenecen al núcleo duro de la tradición y del régimen religioso que se resiste a Cristo y a su revelación como “el Hijo de Dios”; revelación que, al final y en el colmo del rechazo de la misma, lo llevará a la Cruz; así Dios redimirá a la Humanidad y transformará la MUERTE (el pecado y el rechazo del plan de Dios) en VIDA (con la victoria de la Resurrección de entre los muertos de su Hijo.

La clave en la revelación de esta perícopa que hoy nos ocupa, dentro del texto mayor de este capítulo del Evangelio según San Juan, la encontramos en la enseñanza de Jesús en cuanto a su relación única y exclusiva con el Padre y en mostrarse como ese “alimento” que el Padre nos dará. Jesús es ese “pan de vida” que, al comerlo, nos da la VIDA ETERNA.