– 11 de julio de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Los doce apóstoles fueron enviados por Jesús por primera vez antes de su Resurrección. En el relato de hoy (Marcos 6, 7-13) se refleja, sin embargo, la actuación pospascual. Como sabemos, los evangelios son catequesis que proceden por medio de relatos de testigos de primera mano y de la tradición apostólica, escritos en vida de esos testigos para la Iglesia de la primera generación, cuando los apóstoles o sus discípulos directos aun vivían; los evangelios (género literario original y exclusivo: “Buena Noticia”) son documentos inspirados, por esto llevan un sello único de autenticidad y contienen una Gracia especialmente dirigida a provocar y fomentar la fe de los oyentes y lectores en el marco de la Comunidad cristiana. – Cuando en el contexto de las Sagradas Escrituras hablamos de inspiración no nos referimos a las cualidades e intenciones del escritor, sino a la inspiración e intervención de Dios mismo en el tema y en la verdad revelada en la obra en cuestión. Toda la Sagrada Escritura la recibimos como inspirada por Dios, y destinada para nuestro conocimiento, formación espiritual y, especialmente, para nuestra Fe y la Vida que de ella brota.

La salvación que anuncian los Apóstoles en la misión que el evangelio de este domingo nos relata, no se limita a Israel. Por otra parte, si bien deben los discípulos presentarse en actitud de desprendimiento y pobreza, sin planear por su cuenta la misión, su disponibilidad no los exime de presentarse como verdaderos embajadores del Reino y deberán llevar las señales de su misión: El “bastón” nos recuerda el cayado del pastor y las sandalias la dignidad del mensaje que portan y del emisario mismo. Pero deben ir dispuestos a ser acogidos o rechazados y a depender de esa acogida para su subsistencia. La salvación que anuncian alcanza también a los cuerpos en forma de curaciones. También son advertidos de mantener la orientación de su propia misión y envío: “sacudirse el polvo de los pies” representa la decisión de no comprometerse con el mundo que no reciba su mensaje, mensaje y destino (el del Reino) que los hace distintos (segregados) de ese mundo ajeno u opuesto al plan de Dios.

Los Apóstoles no eran ni profetas ni sacerdotes de profesión; el Señor los apartó de la vida ordinaria y los envió por un camino nuevo para ellos, como en el caso del antiguo profeta Amós (Amós 7, 12-15).

La Carta a los Efesios, cuya lectura se prolongará durante seis domingos, describe el plan divino sobre nosotros, comenzando con un himno que ensalza el misterio del plan de Dios de hacer a Cristo cabeza de una nueva comunidad, la Iglesia, que se convocará de entre los judíos y los gentiles: “El (Dios) nos ha destinado en la Persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos”. (Efesios 1, 3-14).

Hoy nosotros, la Iglesia, somos también enviados a anunciar la salvación. Nuestra vocación (llamada) comenzó en el Bautismo; también durante la vida experimentamos la llamada del Señor en diversas formas y circunstancias. Siempre que Cristo nos llama y nos envía, nos otorga los dones necesarios para la misión. Podríamos también concluir, para nuestro buen entendimiento, que nosotros somos también llamados a vivir una vida en santidad y compromiso con el Evangelio y con Jesús mismo. En clave cristiana, los llamados son siempre enviados y los enviados han sido llamados previamente por Jesús a ser de los suyos.