– 4 de julio de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

Queridos hermanos:

Los milagros y la sabiduría de Jesús no producían automáticamente la fe: en su pueblo de Nazaret es rechazado por segunda vez; aparentemente la cercanía y familiaridad se convierten más bien en obstáculos que impiden, a los nazaretanos, aceptar la verdad que aflora en la personalidad y en las obras del Hijo de María. Al mismo tiempo que la doctrina de Jesús y sus milagros suscitan la admiración de las muchedumbres, sus conciudadanos se endurecen en la incredulidad (Marcos 6, 1-6). -Así como había resistido el pueblo de Dios a su Señor, como nos muestra la primera lectura (Ezequiel 2, 2-5), los “parientes de Jesús” vuelven a encarnar la testarudez y obstinación con que los israelitas recibieron a todos los profetas a lo largo de su historia.

Hacia el final de su segunda carta a los Corintios, el Apóstol argumenta a favor de su apostolado; derecho y autoridad discutidos por aquellos que se han infiltrado en la comunidad y a quienes llama “superapóstoles”, y que ha llegado a perturbar la paz y el buen entendimiento del Evangelio y la relación de los corintios con San Pablo (II Corintios 12, 7-10). El Apóstol, objeto de revelaciones excepcionales por parte del Señor, no por eso deja de sentir intensamente su debilidad. Por eso se pone por entero en manos de Cristo, cuya fuerza prevalece en medio de las debilidades de la carne. -La fortaleza de todo apóstol reside en Cristo; sólo en Él podemos encontrar la fortaleza para resistir las pruebas y tentaciones inherentes a la vocación, en contraposición al mundo y las persecuciones que del mismo emanan.

Hoy podríamos resumir el mensaje que une los diferentes textos de la Palabra de Dios, precisamente, en la constante que representan las persecuciones para aquel que sirve a Dios y responde a su llamada: Los profetas, Jesucristo y sus apóstoles, enviados en su nombre a anunciar su Buena Noticia, todos han sufrido persecución en muchas y variadas formas, hasta la muerte. No olvidemos nunca que seguimos al Crucificado. Pero Él resucitó y vive en su Pueblo; vive, camina y sufre entre nosotros y, con nosotros y desde su Iglesia, continúa salvándonos.

Hoy, cuatro de julio, celebramos el “Día de la Independencia” en los Estados Unidos de América. En la Declaración de Independencia leemos que “todos los hombres han sido creados iguales” y que “el Creador nos ha otorgado ciertos Derechos inalienables”, entre los cuales están “la Vida, la Libertad y la consecución de la Felicidad”. Agradezcamos esos derechos al Creador y hagámoslos valer en el presente de nuestras vidas para todos los que compartimos esos ideales y tenemos el privilegio y la dicha de formar parte de esta gran Nación. “Dios bendiga los Estados Unidos de América”.