– 13 de junio de 2021 –

Padre Joaquín Rodríguez

 

Queridos hermanos:

Después de concluido el tiempo pascual en Pentecostés, hemos entrado de nuevo en el Tiempo Ordinario. En este Décimo primer Domingo volvemos a conectar con San Marcos, y lo hacemos con las parábolas del Reino: La semilla que germina por su propia virtud y la del grano de mostaza.

El profeta Ezequiel (Ez. 17, 22-24) le habla al Pueblo en la cautividad babilónica y le descubre el plan de Dios. De ese pueblo cansado y falto de esperanza (como un árbol casi seco), Dios hará brotar una nueva generación en la que se cumplirán las promesas de restauración (de una de sus ramas sacará un cedro frondoso); humillará a los árboles altos (el imperio que los oprime), y hará florecer los árboles secos (el pueblo que ahora sufre el cautiverio). Estas imágenes nos preparan para la enseñanza de Jesús en el evangelio del día.

En el mismo (Marcos 4, 26-34) leemos hoy dos parábolas: la de la semilla que germina lenta pero inexorablemente, y la del grano de mostaza que crece hasta el punto de poder cobijar a los pájaros. Ambas parábolas están íntimamente relacionadas y ambas evocan el estado glorioso del Reino futuro, que sucederá al estado actual de humillación.

Trayendo las enseñanzas de Jesús a las referencias y lenguaje de nuestros días, diríamos que en la primera parábola se nos revela el ADN del Reino. Es la semilla el eje del mensaje. La misma posee en sí misma la fuerza y el programa de su desarrollo; el sembrador “no sabe cómo la semilla germina y crece”. En el Reino de Dios sólo somos amanuenses, servidores. La semilla, o sea, la Palabra, tiene en sí misma toda la virtud y el vigor para desarrollarse, pero cuenta con el cuidado del sembrador. El sembrador siempre es Dios, creó la semilla, pero cuenta con los obreros que somos nosotros, llamados a sembrarla en los corazones y a cuidarla con esmero con nuestro servicio y testimonio.

El grano de mostaza nos revela la desproporción entre la semilla y la planta crecida y dando sus mejores frutos. La semilla más pequeña se convierte en un arbusto frondoso donde las aves pueden anidar. El Reino de Dios, en sus comienzos, es casi imperceptible, y en su desarrollo no se quiere imponer por la fuerza sino proponerse, integrándose positiva y cooperativamente en el huerto donde está plantado. El Reino de Dios se nos propone aquí como una huerta o jardín amado y cuidado con esmero por el Creador que espera de nosotros, plantados en él, los mejores frutos de colaboración y de amor.

Dios es eterno y nosotros hemos sido creados en el tiempo, que también es Tiempo de Dios. La resurrección, la vida de comunión está en el comienzo de nuestra vida. Este es el reino de Dios en medio de nosotros. Lo nuevo del Reino es que vivamos nuestra humanidad en el presente como un proyecto de eternidad, o sea, en el Amor Eterno que es Dios. Así se ve San Pablo en su reflexión que hoy leemos de su Segunda Carta a los Corintios (5, 6-190). Sólo guiados por la fe podemos vivir en el destierro de la vida presente, con la mirada y el corazón en la verdadera patria, que es Cristo y su Reino.