Por Agustín Acosta

Poeta Nacional de Cuba

 

Mientras lentamente los bueyes caminan,
las viejas carretas rechinan… rechinan…

 

Lentas van formando largas teorías
por las guardarrayas y las serventías…

 

Vadean arroyos, cruzan las montañas
llevando el futuro de Cuba en las cañas…

 

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano…

 

Y como quejándose cuando a él se avecinan,
las viejas carretas rechinan… rechinan…

 

Espectral cortejo de incierta fortuna,
bajo el resplandor de caña de la luna…!

 

Dando tropezones, a obscuras, avanza
el fantasmagórico convoy de esperanza.

 

La yunta guiadora de la cuerda tira,
mientras el guajiro canta su guajira…

 

Ovillo de amores que se desarrolla
en la melancólica décima criolla:

 

“Hoy no saliste al portal
cuando a caballo pasé:
guajira: no sé por qué
te estás portando muy mal…”

 

Y al son de estos versos rechinan inquietas
con su dulce carga las viejas carretas…

 

“En el verde platanal
hoy vi una sombra correr:
mucho tendrá que temer
quien te me quiera robar,
que ya yo tengo un altar
para hacerte mi mujer”.

 

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…
las viejas carretas rechinan… rechinan…

 

Las ruedas enormes, pesadas, se atascan…
Los bueyes se lamen los morros y mascan…

 

Jura el carretero, maldice, blasfema,
y cada palabra es un anatema…

 

Detiénese el tardo cortejo a ayudar
a quien paso libre tiene que dejar.

 

Aquí de las piedras que calcen las ruedas,
los troncos robados a las arboledas…

 

El esfuerzo inútil y la imprecación…
La frase soez y la maldición…

 

Oh guajiro… y mientras a gritos maldices,
los bueyes se lamen las anchas narices…!

 

Al fin sobre firme terreno ha rodado
el carro de caña de azúcar cargado.

Y de otra carreta sale una canción
que exorciza el eco de la maldición:

 

“Yo nunca podré aspirar
a darte un beso de amor:
tú conoces mi dolor
y no lo quieres calmar”.

 

Y al son de estos versos rechinan inquietas
las tardas, las viejas carretas…

 

“Te vas al pueblo a bailar
y no te acuerdas de mí;
de mí que me quedo aquí,
y que como buen poeta
te dedico esta cuarteta
que he sacado para ti”.

 

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…
las viejas carretas rechinan… rechinan…

 

El ingenio anuncia cambio de faena
con un prolongado toque de sirena.

 

Y a través de sombras fantásticas brilla
como gigantesca lámpara amarilla,

soplando cautivos vapores rugientes
hacia los irónicos astros esplendentes.

 

Por las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías…

 

Vadean arroyos… cruzan las montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas…

 

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano,

y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas,
¡con cuántas cubanas razones rechinan
las viejas carretas…!

 

BIOGRAFÍA

Por Manuel Díaz Martínez

Agustín Acosta Bello nació en la ciudad de Matanzas, Cuba, el 12 de noviembre de 1886. Su primer trabajo fue el de telegrafista de los ferrocarriles. En 1918 se doctoró en Derecho Civil en la Universidad de La Habana. Ejerció como notario en el municipio matancero de Jagüey Grande.

Fiel a la norma de la intelectualidad cubana de su época, Acosta hizo una intensa vida pública: presidió el Partido Unión Nacionalista, combatió la dictadura de Gerardo Machado y sufrió prisión por ello, fue gobernador interino de la provincia de Matanzas, dirigió la Secretaría de la Presidencia en el gabinete de Carlos Mendieta y ocupó, de 1936 a 1944, un escaño en el Senado. El Congreso de la República le confirió en 1955 el título de Poeta Nacional, que la revolución de Fidel Castro traspasaría a Nicolás Guillén.

Acosta publicó versos por primera vez en Letras y El Fígaro. Colaboró

en otras importantes revistas de la isla —Orto, Social, Revista de Avance, Bohemia, Carteles— y en el habanero Diario de la Marina, el periódico más antiguo de los que se editaban entonces en América.

Ala (1915) es su libro inicial, al que siguieron Hermanita (1923), La zafra (1926), Los camellos distantes (1936), Últimos instantes (1941), Las islas desoladas (1943), Poesías escogidas (1950), Poema del centenario (1953), Agustín Acosta: sus mejores poesías [Barcelona, Ed. Bruguera] (1955), Jesús (1957) y Caminos de hierro (1963).

Agustín Acosta, Regino Boti (1878-1958) y José Manuel Poveda (1888-1926) son las cabezas descollantes del movimiento postmodernista, que marcó cronológica y estéticamente el inicio de la poesía cubana del siglo XX. Acosta nunca abandonó del todo el legado romántico (muy visible en sus monumentales poemas de asuntos patrióticos, que constituyen lo menos atractivo de su obra) ni se libró enteramente del influjo, en ocasiones avasallador, que sobre él ejerció Rubén Darío, razones por las cuales “es el más tradicional de los poetas postmodernistas”, como ha dicho Mihály Dés(*). Su principal aporte a la renovación de la lírica cubana es la emotiva sencillez que domina sus mejores versos —temprano antecedente del coloquialismo de los años 50 y 60—, de la que es ejemplo consumado el soneto “La camisa”; sencillez que le permitió trasmitir con soltura y transparencia, tanto en décimas de tono popular como en el extenso poema “Las carretas en la noche”, inquietudes y sentimientos relacionados con el país. Este poema, el más célebre de los suyos, pertenece al libro La zafra, que lo vincula a la Vanguardia y por el que es considerado, junto a Regino Pedroso (1896-1983), iniciador de la corriente político-social en la poesía cubana de la República.

Tendría yo ocho o nueve años cuando vi por vez primera a Agustín Acosta. Él era primo hermano de mi abuela paterna, Dolores Bello Casaña, y acompañándola a ella y a mi madre lo visité en su casona de Jagüey Grande, ciudad del sur matancero, entonces rodeada de interminables plantaciones de caña de azúcar. De aquella casa, donde vivía y tenía su bufete de notario, recuerdo nítidamente el patio central, desbordante de luz y verdor, y también de gallinas, y una abrumadora biblioteca que provocó alguna zozobra en el niño que era yo.

Estuve con el tío Agustín por última vez en 1970. Entonces él me visitó a mí en mi casa de La Habana. En aquella ocasión me contó que en 1910 había visto en el habanero Hotel Inglaterra a Rubén Darío, pero de espalda, sólo de espalda, porque no se atrevió a acercársele y saludarlo.

En 1973, el viejo Poeta Nacional destronado se fue al exilio. Murió en Miami el 12 de marzo de 1979.

https://diazmartinez.wordpress.com/2007/09/02/agustin-acostapoemas/