Carilda Oliver Labra

 

Por el Pompón donde bebo,

por el Canímar que cruza

hacia el mar desde mi blusa;

por esta pena que muevo,

lo juro por Pueblo Nuevo

–que es de rodillas jurar–:

quisiera hacerte un cantar

con versos, con margaritas,

con jarcias y estalactitas

robadas a Bellamar.

 

Matanzas lenta: yo adoro

los líquenes putrefactos,

tus rayoneros, tus pactos

con crepúsculos de oro;

y sigo aquí, no demoro

mi cariño en toros valles.

Desde la Playa a Versalles

te repito como un cuento

y soy un ciclón violento

de soledad por tus calles.

 

¿Y qué decir de mi herida

que por la hierba se mete?

¿Qué decir de este juguete

en que ha parado mi vida?

¿Qué decir, tierra querida

donde acabaré este viaje

sin destino ni equipaje,

de aquel hombre, de aquel hombre

que dejó roto mi nombre

en medio de tu paisaje?

 

Te quiero porque eres triste,

triste como la tristeza;

te quiero por tu pobreza

de canario sin alpiste.

Te quiero porque trajiste

el verde justo en la sien;

pero te quiero también

por tu pan que tiene sueño,

por tu porvenir pequeño

de fósforo y henequén.

 

Te quiero porque me asombro

de tu majestad humilde,

y te quiero por la tilde

del nombre con que te nombro;

por esto que bajo el hombro

me defiende y me combate;

por mi corazón, que late

rebeldemente inconforme

como un campanario enorme

sobre el tiempo, en Monserrate.

 

Pareces sola una palma.

Exhibes en cada esquina

tu acuarela repentina.

Cuando madrugas en calma

mi carne se vuelve alma.

Tus ciegos se sienten mal

pues no ven la Catedral

ni el valle verde y abierto

ni el Ten Cents: frívolo injerto

de muchachas y cristal.

 

Matanzas: bendigo aquí

tus malecones mojados,

los árboles desterrados

del Paseo de Martí

y el eco en el Yumurí.

Y van mis lágrimas, van

como perlas con imán

o como espejos cobardes

a vaciar todas las tardes

sus aguas en el San Juan.

 

Sé quieta, sé solidaria,

sé amiga de la marea;

sueña, sueña que pasea

Plácido con su Plegaria.

Sé buena, sé legendaria;

oye un violín al revés,

oye el silencio; tal vez

cuando suena así la brisa

está llorando por Isa

el alma de Milanés.

 

Aunque a tu parque mejor

–ese bello como un cuarzo–

lo llaman algo de Marzo*

(que es llamarle lo peor),

la gente que tiene honor,

la gente azul de verdad,

la gente con claridad,

le sigue llamando: Mella,

porque rima con estrella,

con vergüenza y libertad.

 

Matanzas: siempre me curas

después que el amor me enferma.

Si tengo la dicha yerma

y las palomas oscuras

me das tus vendas seguras…

Si me sobra el corazón,

si mis labios besos son

y no le encuentro remedio

voy a la calle del Medio

y me compro una ilusión.

 

Tu pasado tiene un brillo

que no para de crecer,

¡qué pena da recoger

en tu historia algo amarillo,

pero pienso en el Morrillo

aunque no quiero pensar!

¡Qué pena da recordar!

De lejos casi se acaba:

allí Guiteras jugaba

con un rifle y con el mar.

 

Matanzas –misa en mis venas–:

beso tus patios con flores,

tus negros estibadores,

tus puentes y tus arenas.

Matanzas –droga en mis venas–:

beso tus mujeres malas,

beso el ruido de las palas

de tus obreros hermanos

y beso tus veteranos

para besarte las alas.

 

Fui a tu cine, fui a tu escuela,

fui a tu parque adolescente,

y cayó amorosamente

tu tierra sobre mi abuela.

Te debo la luz que vuela,

una cita en el recuerdo,

milagros que nunca pierdo

y un dolor como una ele

que apenas sé si me duele

debajo del seno izquierdo.

 

Te debo, Matanzas, ratos

de bohemia y de locura,

te debo una noche pura

y unos niños sin zapatos

y te debo aquellos gatos

al fondo de mi alegría,

la Plaza de la Vigía,

muchos versos en la frente,

el tedio de ser decente

y este azul de la bahía.

 

Todo te debo, Matanzas:

la Biblioteca, el estero,

tener alma y no dinero…

Te debo las esperanzas.

A mi pecho te abalanzas

con una pasión tan fuerte

que no basta con saberte

en mi sangre, detenida:

ya que te debo la vida

te quiero deber la muerte.