Hilarión Cabrisas, Cuba

 

¡Esa!… La que en el alma llevo oculta;

la que no salta afuera ni se expande

en la pupila; la que a nadie insulta

en un alarde de dolor: la grande,

 

la infinita, la muda, la sombría,

la terca, la traidora, la doliente

lágrima de dolor, lágrima mía,

que está clavada en mí profundamente!

 

La que no da una tregua ni un consuelo

de dulce sollozar. La que me hiere,

y me punza, y me obsede, y pone un velo

turbio en mis ojos; la que nunca muere.

 

 

ni nace a flor de rostro; la que nunca

refrena su latir; la que no intenta

asomarse a la faz y queda trunca,

 y hace la pena interminable y lenta…

 

 

Cántaros secos, áridos, mis ojos;

páramos sin frescura ni rocío;

febricitantes de escrutar los rojos

límites, del espacio y del vacío…

 

 

¡Esa!… La que no llega, ni ha llegado,

ni llegará a los ojos nunca… ¡nunca!…

Mi lágrima tenaz que no ha mojado

el Sahara estéril de mi vida trunca,

 

 

¡Ésa… no la verás, porque en la calma

de mis angustias, se ha trocado en perla!

Para verla hace falta tener alma;

y tú, ¡no tienes alma para verla!…

 

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