Enero de 1943

 

La CONFERENCIA DE CASABLANCA fue realizada en el Hotel Anfa, en Casablanca (Marruecos), que entonces era un protectorado francés. La conferencia se realizó del 14 al 24 de enero de 1943, con el objetivo de planear una estrategia europea para el funcionamiento aliado durante la Segunda Guerra Mundial. En esta conferencia estuvieron presentes Franklin Delano RooseveltWinston ChurchillCharles de Gaulle y Henri Giraud.

El líder de la URSSJoseph Stalin fue también invitado a la conferencia, pero rechazó la oferta debido a que la batalla de Stalingrado exigía su presencia en la URSS. El general Charles de Gaulle se negó inicialmente a participar de la conferencia, pero tuvo que cambiar de parecer debido a la amenaza de Winston Churchill de reconocer a Henri Giraud como único líder de las Fuerzas de la Francia Libre. Henri Giraud también estuvo presente en la conferencia. Durante las conversaciones fue evidente la tensión entre los dos líderes franceses.

La declaración de la conferencia de Casablanca expresaba que debía buscarse la rendición sin condiciones por parte de las Potencias del Eje. También se acordó ayudar a la Unión Soviética, llevar a cabo la invasión de Sicilia e Italia y reconocer el liderazgo de manera conjunta de la Francia Libre por parte de De Gaulle y Giraud. Roosevelt presentó los resultados de la conferencia al pueblo estadounidense a través de la radio el 12 de febrero de 1943. También se acordó que no habría invasión por el canal de la Mancha durante 1943.1

 

DECLARACIÓN DEL 12 DE FEBRERO DE 1943

Las decisiones alcanzadas y los planes establecidos en Casablanca no están limitados a un único teatro de operaciones ni a un continente, océano o mar. Antes de que finalice este año, se hará conocer al mundo -con hechos más que palabras- que la Conferencia de Casablanca será noticias, y serán malas noticias para los alemanes, los italianos y los japoneses.

Hemos concluido al fin una larga y dura batalla en el sudoeste del Pacífico y hemos logrado notables progresos. Esa batalla comenzó en las Islas Salomón y en Nueva Guinea el último verano. Se ha demostrado nuestra superioridad aérea y, más importante, en la capacidad de combate de nuestros soldados y marinos.
Las fuerzas norteamericanas en el sudoeste del Pacífico están recibiendo importante ayuda de Australia y Nueva Zelanda y también de los propios británicos.
No esperamos perder el tiempo que nos llevaría derrotar a Japón simplemente avanzando de isla en isla a través del vasto Océano Pacífico. Se tomarán importantes y decisivas acciones contra los japoneses para expulsar al invasor del territorio chino. Otras importantes acciones se llevarán a cabo en los cielos de China y del propio Japón.

Las conversaciones de Casablanca ha continuado en Chungking con el Generalísimo y el General Arnold, y han resultado en planes para operaciones ofensivas. Existen muchos caminos que llevan a Tokio. No descartaremos ninguno de ellos.

En un intento de alejar el inevitable desastre, la propaganda del Eje está utilizando sus viejos trucos para dividir a las Naciones Unidas. Buscan imponer la idea que si ganamos esta guerra, Rusia, Inglaterra, China y los Estados Unidos se enfrentarán en una lucha de perros y gatos.
Ese es fu esfuerzo final para enfrentar una nación contra la otra, con la vana esperanza de aliarse con una o dos naciones, como si uno de nosotros fuera tan crédulo y descuidado como para ser embaucado haciendo “tratos” a expensas de nuestros Aliados.

A estos temerosos intentos de escapar de las consecuencias de sus crímenes de guerra, respondemos -todas las Naciones Unidas- que los únicos términos en que trataríamos con un gobierno o una facción del Eje son los términos proclamados en Casablanca: “Rendición incondicional”. En nuestra inflexible política establecemos que no dañaremos a los habitantes de las naciones del Eje. Pero si tenemos la intención de castigar e imponer la merecida pena a sus culpables y barbáricos líderes…

En los años de las revoluciones americana y francesa se establecieron los principios fundamentales que guían nuestras democracias. La piedra angular de nuestro gran edificio de la democracia es que el pueblo y sólo del pueblo fluye la autoridad del gobierno.

Es uno de nuestros objetivos, como se expresó en la Carta del Atlántico, que las poblaciones hoy dominadas sean nuevamente los rectores de sus destinos. No debe haber ninguna duda que es el inalterable propósito de las Naciones Unidas el restaurar a los pueblos dominados sus sagrados derechos.