(1542-1587)

 

Educada en Francia, volvió a su Escocia natal para reinar sobre un país agreste y turbulento. Su azarosa vida acabó con un trágico final.

Muy pocas reinas han tenido una vida más azarosa y trágica que la de María Estuardo, una soberana bella y cultivada, vilipendiada por muchos de sus contemporáneos, pero que desde su muerte ha despertado el interés de historiadores, literatos, cineastas y del público en general. María Estuardo nació en 1542 en Linlithgow, en el condado de West Lothian, a 24 kilómetros al noroeste de Edimburgo, en un tiempo en el que Escocia era uno de los territorios más periféricos y, en cierto modo, atrasados de Europa. Además, el país tenía como vecino a Inglaterra, un reino mucho más rico y una potencia amenazadora que pretendía conquistar el reino del norte.

Escocia se alió con Francia, el tradicional enemigo de Inglaterra, y a los cinco años María Estuardo marchó al país galo como prometida del Delfín. Allí permanecería los siguientes trece años, que fueron los más felices de su vida. El francés y el escocés se convirtieron para siempre en sus lenguas habituales. El 19 de agosto de 1561 María Estuardo volvió a su Escocia natal dispuesta a ejercer el poder que le correspondía, pero carecía de la determinación necesaria para tomar decisiones importantes. Era, eso sí, una reina que cultivaba la poesía en francés y leía a autores clásicos y renacentistas.

Pero su trágico destino parecía ya escrito de antemano: depuesta del trono de Escocia, estuvo prácticamente privada de poder. Tres veces viuda, fue perseguida, pasó prisionera 18 años, y fue condenada a muerte por conspirar contra la vida de la reina de Inglaterra y contra la seguridad del reino, el 15 de octubre de 1586, antes de cumplir los 45 años. En febrero de 1587 Isabel I de Inglaterra mandó decapitar a María Estuardo, la reina de Escocia, en el castillo de Fotheringhay, y murió allí como una mártir católica.

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