Alejandro Antonio Torreblanca

 Santiago de Cuba

 

Desde las vejaciones de su cadáver hasta el mausoleo, cuya única nota discordante es la cercanía de la sepultura de Fidel Castro.

El azaroso peregrinaje del cadáver de José Martí, en los cerca de 150 kilómetros que median entre Dos Ríos y la necrópolis de Santa Ifigenia, y las exhumaciones de sus despojos, unas veces por intereses políticos y otras por el justo homenaje que merecen los héroes, coronaron el destino de un hombre al que Cuba eterniza como el guardián de su luz y el apóstol de su libertad.

Reza la historia que en la noche del 19 de mayo los colonialistas acamparon en El Jobo, y allí un capitán de apellido Satué y varios desertores de las filas insurrectas reconocieron el cuerpo del líder cubano.

Ese día también comenzó a entretejerse la nefasta y aciaga proeza de su matador: el traidor Enrique Oliva, que había llegado a Dos Ríos con los mambises, salió del campamento en busca de provisiones, al ser detenido delató a su compatriotas, fue al combate para identificar a los caudillos y a cambio de su vida disparó a mansalva y sin contemplación contra Martí.

DIARIO DE CUBA intentó tener acceso a la bandera y la medalla que España le concedió como premio de consolación, pero la familia declinó hablar del acontecimiento aduciendo que ese capítulo estaba sepultado desde el instante en que los veteranos lo ajusticiaron, en una taberna  de Palmarito de Cauto, por vanagloriarse con alevosía de su felonía, su crimen y su traición.

Convencidos de tener en su poder los restos de Martí, los españoles iniciaron aquella madrugada lo que la posteridad consignó como el itinerario funerario de los restos martianos.  

Primer entierro

Al amanecer del 20 de mayo, el coronel José Ximénez de Sandoval penetró en el caserío de Remanganagua, y a las tres de la tarde, en ese desconocido paraje del oriente cubano, sepultó por primera vez el cadáver.

La noticia trascendió y estremeció de punta a cabo la Isla. El propio capitán general, Arsenio Martínez Campos, que se encontraba de trámite ocasional por Santiago de Cuba, ordenó la partida urgente de un médico para que realizara la exhumación y certificara el deceso.

El doctor Pablo A. de Valencia Forts, llegó al sitio el día 23 y ante el avanzado estado de descomposición del cuerpo, ordenó sepultar allí las vísceras.

En el dictamen forense el médico señala los rasgos físicos de Martí, que en el momento de su caída, vestía saco oscuro y pantalón claro, calzaba borceguíes negros y llevaba consigo, entre otras prendas, un reloj de oro con sus iniciales, un revólver con culatín de nácar, un machete, alforjas de cuero, una cartera de bolsillos con notas, retratos y espuelas vaqueras.

También una escarpela bordada con mostacilla —que se dice utilizó Carlos Manuel de Céspedes en la primera guerra—, un libro muy pequeño manuscrito con letras del Padre de la Patria y en el dedo de la mano una sortija, en la que se leía la palabra "Cuba", elaborada con los grilletes que le aprisionaron en el presidio político.

De acuerdo con los testimonios de los propios españoles, Martí fue despojado de todo, hasta de 500 pesos, para consumirlos en tabaco y ron.

Y no podía ser de otra forma, porque Sandoval, conociendo el rango del muerto lo condujo amarrado en una bestia, y en un momento de descanso, sobre la tierra enfangada, lo sepultó sin caja y con el cadáver de un sargento español encima.

Realizados los trámites legales de la exhumación, llegan y pernoctan en Palma Soriano, y en el parque que hoy lleva su nombre lo muestran a la expectación pública por única vez.

Consigna la historia que allí ultrajaron sus despojos mortales, al escupirlo y realizar actos de degradación. Frente a ese espectáculo el pueblo protestó enérgicamente y de inmediato el cadáver fue trasladado al cuartel de las milicias locales para redoblar la vigilancia.

De ese poblado partieron al alba del 26, y en el sitio conocido por Paraná detienen el andar debido al asedio continuo de las tropas del general mambí Quintín Banderas. Este, como otros intentos de los insurrectos por rescatarlo, no fructificó.

A su llegada a San Luis sus restos descansan en el cuartel y la estación de ferrocarril, donde esperan el tren que cubría el recorrido hacia la ciudad de Santiago de Cuba. Para reforzar su custodia envían la primera compañía del quinto peninsular. El convoy iba tan custodiado que resultaba un suicidio acercarse o intentar una acción altruista en su favor.

Segundo entierro

A las seis de la tarde llegan a la terminal santiaguera y esperan la noche para trasladar su féretro. Tal operación, realizada con absoluta discreción, no impide que en horas tempranas del 27 varias personalidades acudan a la necrópolis.

Según consta en los documentos de la época su ataúd estaba sobre una parihuela y en el centro de la capilla.

El expediente que comprueba los trámites para el entierro de Martí en el camposanto santiaguero consigna la posición de Juan Salcedo, comandante general de la primera división del ejército español en la provincia de Oriente, y de Jorge Garrich, gobernador  militar de la plaza, de cubrir con sus ahorros el entierro.

Los pliegos también revelan que el Ayuntamiento resolvió la situación erogando los siete pesos que se utilizaron para comprar la madera y los clavos con que confeccionaron el sarcófago y concediendo un permiso, por cinco años, para colocar su cadáver en el nicho 134 de la galería sur del cementerio.

El entierro oficial y la segunda inhumación tuvo lugar el 27 de mayo de 1895, y a ella asistió una pequeña concurrencia integrada básicamente por oficiales colonialistas y algunos cubanos, entre ellos Antonio Bravo Correoso y Joaquín Castillo Duany.

Pese a la compleja situación de la Isla, en octubre de 1898 Emilio Bacardí trajo y colocó una lápida de mármol donada por los emigrantes cubanos en Jamaica que decía: "Martí, los cubanos te bendicen", y pasó a la historia como el primer detalle genuinamente cubano para su veneración.

Por condiciones sanitarias, en 1906, se demolieron las tres galerías de nichos, dejando solo la de Martí y Federico Capdevila. Ese año se creó la comisión "Restos de Martí" para la atención adecuada al lugar.

Tercer entierro

Los restos fueron exhumados e inhumados por tercera vez el 24 de febrero de 1907. Ese día, ante los despojos mortales del Héroe Nacional, se dieron cita su hijo José Francisco y veteranos de la Guerra de Independencia. El general Rafael Portuondo Tamayo dijo las palabras de la ceremonia.

El 19 de mayo de 1913 fue develado el busto realizado por el escultor italiano Hugo Luisi, que inicialmente fue colocado en el templete erigido en su memoria.  

Durante los primeros 40 años de República se apreció una marcada intención por darle un sitio más digno de reposo al Maestro y es así como en 1943 los integrantes del Club Rotario crearon el comité "Una tumba digna para Martí".

Los focos de este club diseminados por el país, la voz de García Inclán en la revista Bohemia, la propuesta y defensa del senador villaclareño Elio García de Cárdenas y el reclamo de los veteranos, concluyeron con la aprobación de una ley que concedía 100.000 pesos para la construcción del mausoleo.

Para llevarlo a efecto se convocó a un concurso nacional donde se presentaron 18 proyectos, resultando electo el del escultor Mario Santí y el arquitecto Jaime Benavent.

Cuarto y quinto entierros

En septiembre de 1947 tiene lugar el cuarto entierro, al trasladar sus restos al Retablo de los Héroes, debido a la construcción del mausoleo.

Allí permanecieron hasta el 29 de junio de 1951 en que fueron llevados a la sede del Gobierno provincial para iniciar los honores del quinto entierro, al que fueron convocados todas las fuerzas políticas, el cuerpo diplomático, masones y personalidades de la cultura.

El 30 de junio el cortejo fúnebre partió en un armón de artillería y recorrió las calles céntricas de Santiago de Cuba. A su paso el pueblo dejó caer rosas blancas. En la necrópolis lo esperaron los veteranos de la Guerra de Independencia, quienes entregaron al presidente Carlos Prío Socarrás la urna para colocarlo en la cripta donde hasta hoy reposan.

La forma hexagonal del mausoleo se corresponde con el número de provincias de la Isla de entonces, representadas cada una por sus atributos. En el interior se observan el emblema patrio y los escudos de las naciones americanas, tras los cuales hay un puñado de tierra de cada país en cuestión.

Los mármoles del piso conforman una estrella como expresión de los rasgos fundamentales de su pensamiento: independencia, soberanía, unidad, libertad y coraje. Las piedras de Jaimanitas con las que fue edificado hacen referencia a la parte occidental de la isla que lo vio nacer, los mármoles de la Isla de Pinos a su prematuro cautiverio y los 28 monolitos que lo custodian a algunos campamentos martianos desde el desembarco en Playita de Cajobabo hasta su caída en combate en Dos Ríos.

Desde su llegada al camposanto santiaguero la tumba de Martí siempre se mantuvo en la misma área, que era la designada originalmente para las personas pobres y de muy escasos recursos.

Sobre la cripta donde reposan sus restos siempre incide un rayo de luz. Desde 2002 en el mausoleo se realiza una guardia de honor permanente que comienza al amanecer, termina con el ocaso y cambia cada 30 minutos.

Varios años después en su entrada se colocó la Llama Eterna que rinde honor a los mártires desconocidos de la nación cubana. Más recientemente, a su entorno fueron trasladadas las tumbas de Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales, en su condición de Padre y la Madre de la Patria.

La única nota discordante en ese conjunto monumentalizo es la piedra donde se encuentran las cenizas del dictador Fidel Castro, que nunca escuchó el grito de desesperación de los cubanos al hacer suya esta lapidaria frase de José Martí: "Cuando un pueblo migra sus dirigentes sobran".

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