Fernando Londoño Hoyos

 

Cuando empieza a ponerse el sol en las espaldas de este Gobierno, salen de sus madrigueras todas las aspiraciones presidenciales. Lo único que sobra en Colombia por estos días tan aciagos son los candidatos a la presidencia.

Está claro que la izquierda socialista o comunista, como se quiera conocerla, acompañará al antiguo guerrillero y amigo y consultor de Hugo Chávez, Gustavo Petro. Los bandidos de las FARC ya le declararon amor y respaldo y la izquierda más recalcitrante salió de la espesura para acompañarlo a cielo abierto. Con Petro van todos los narcos conocidos y por conocer, como fueron sus aliados en el asalto al Palacio de Justicia, en el que aquel faltó por una casualidad bien conocida: estaba preso.

Hay otro socialismo medio vergonzante, que vuelve a las andadas con Fajardo, desde lo que llaman tan donosamente el centro izquierda. Firmes candidatos a una segunda vuelta con Petro, si se diera el caso, nada improbable.

Cambio Radical y la U, cualquier cosa que sean ahora, tienen listas sus propuestas, más abundantes de lo que ellos mismos quisieran. Es cosa de encontrar línea, para seguirla cuando convenga.

El Partido conservador quiere candidato propio, aunque lo sepan derrotado desde ahora. Pero Marta Lucía Ramírez, cuyas aspiraciones no puede ocultar, no parece dispuesta a alinearse con Yépez y sus amigos, sino a intentar camino propio a través de firmas. Algo parecido a lo que ocurre con Fico Gutiérrez, uno de los que coquetean con el Presidente Uribe, convencidos de que con ellos podría repetirse el milagro de Duque.

Hay en el Centro Democrático candidatos excelentes como Paola Holguín o Rafael Nieto, pero se habla de media docena de aspirantes al corazón generoso del ex Presidente Uribe. No parece muy probable que el llamado partido de gobierno, que no gobierna sino que mira cómo se gobierna en su nombre, convenga en dos nombres para la presidencia, el uno, y la vicepresidencia el otro. La cosa no es sencilla y en estas materias nada lo es con su ilustre jefe.

Después de repasar este panorama, se pregunta el ciudadano más simple: ¿es esto la política?

Lo que pasa con un país en la ruina, no parece interesar a nadie.

Un país cuyo Producto Interno acaba de caer casi el 8%, arrastrando con esa cifra un número descomunal de desempleados, no merece una palabrita, ni una propuesta, nada.

Un país que dejó Uribe, hace poco más de diez años con un endeudamiento apenas superior al 20% y que ahora se aproxima a casi el 70% no vale para un diagnóstico ni suscita un debate.

Un país que llega el 9% de déficit fiscal sobre el PIB, el doble de lo que se estimaba tolerable, no merece el consuelo de alguna receta salvadora.

Un país al que cada mes le hacen falta mil millones de dólares de exportación para poder comprar el mercado, no vale para que se le mire esa llaga purulenta.

Un país con un déficit en cuenta corriente de quince mil millones de dólares, no inquieta a ninguno de los aspirantes a gobernarlo.

Un país con un número enorme de empresas industriales y de servicios sostenidas artificialmente por plazos y otra ayudas pasajeras del Estado, ¡qué va a preocupar! Cuando termine el oxígeno se declaran en quiebra los deudores y ya está. Que la Superintendencia se haga cargo.

No olvida el ciudadano de a pie que este país en quiebra económica, también lo está en su cuerpo social. Porque el que manda es el narcotráfico. La frontera con Venezuela, la frontera con Ecuador, los límites con el Pacífico, son mares cocaleros que dejan a sus empresarios miles de millones de dólares que andan en alguna parte del mundo, sin que a nadie le importe preguntar por esas fortunas, ni por sus dueños. Apenas inquieta, más o menos, y no con plena sinceridad, la noticia repetida de un asesinato, una masacre, un desplazamiento, una asonada o una rebelión contra el Ejército o la Policía cuando intentan acompañar alguna tímida cuadrilla de erradicadores de las matas, que no erradican nada. Los narcos mandan.

El efecto de la cocaína sobre el país es demoledor. Violencia sin orillas, jóvenes corrompidos, sensación falsa de empleo en los campos y pueblos librados a la mano de Dios, las “ollas” que prosperan en todas las ciudades de Colombia, grandes o chicas, son el panorama gris oscuro de este negocio. Que por supuesto, por el camino del contrabando, deja sin empleo centenares de millares de trabajadores de empresas derrotadas por esa competencia maldita.

De todo esto, ni una palabra. La política está ausente de los problemas nacionales. Lo único que importa es encontrar el candidato que gane las elecciones para gobernar un país despedazado. Y ante este desolador panorama, uno se vuelve a preguntar: ¿es esto Política?

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