La representación oficial
imperante hoy en una gran parte de América hispana sólo puede calificarse de indecente. El gobierno de Piñera en Chile, por
ejemplo, es singularmente indecente.
También lo es el de Santos en Colombia y el de Peña Nieto en
México. Y a propósito de presidentes
mexicanos con dos apellidos, ¿por qué la contínua manía de usar los dos? ¿Acaso
preocupación con ilegitimidad?
No cabe duda que el régimen
del borracho pedófilo y mal oliente que manda en Managua es indecente.
¿Cómo puede catalogarse como decente el mando del mamarracho que gobierna a
la República Dominicana? Para ese
tarugo, Chávez es bueno simplemente porque subvenciona a su administración. Esa admisión, que dice mucho sobre la
presente dignidad nacional de la patria de origen de nuestro Máximo
Gómez, es de él (Danilo.. de tal), no mía.
Al mismo tiempo es bueno que
se recuerde que todos y cada uno de esos gobiernos tienen un origen más o
menos legítimo y democrático. Todos fueron electos por sufragio universal. Incluso el régimen del antropomorfo llanero
obtuvo una impresionante mayoría en su victoria original de 1998. Por otra parte, ese régimen que hace tasajo
con las mismas leyes que establece, tal como sucede en Castrolandia, Irán y
la llamada Corea del Norte, está hoy teóricamente acéfalo. Eso no parece molestar a la manada. ¿Quién manda hoy en Venezuela? ¿Maduro? Este
Maduro huele tan podrido como su jefe, la momia de La Habana.
Esto me trae una vez más a
mi viejo aunque nunca menos válido argumento de que democracia y libertad
no son sinónimos, aberración que constituye el “core belief” de los
votantes de origen cubano que decidieron reelegir al aspirante a
emperador. Al sur de la frontera hay
muchísimos tarugos, pero bastantes de los “nuestros”, tampoco aprecian
diferencia entre su ombligo y el Gran Cañón del Colorado.
Ser bruto e ignorante no es
necesariamente un requisito para ser indecente. Piñera nada tiene de bruto. Por el contrario, es un talento financiero
quien fue capaz de amasar una gran fortuna en el difícil mundo de la empresa
privada. Su capital antes de entrar en
política se contaba ya por los miles de millones de dólares.
En la llamada Celac,
organismo demagógico de la hechura de Chávez para criticar y propagandear
contra los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, Piñera agasajó rastreramente
al Hermanísimo mesozoico Raúl Castro, porque podía hacerlo y al mismo
tiempo barrió totalmente el piso con el analfabeto cabezicuadrado Evo
Morales, porque tuvo que hacerlo.
Las razones son para mí bien
evidentes. Los militares chilenos,
quienes han mirado los toros desde la barrera desde la época del retiro de
Pinochet, nunca han sentido gran cariño por los bolivianos y peruanos, a
quienes vapulearon soberanamente durante la llamada “Guerra del Pacífico”
(1879-1883), oportunidad en que Bolivia perdiera su salida a ese
océano.
El otro perdedor fue Perú,
quien rompió lanzas imprudentemente en esa guerra a favor de Bolivia,
perdiendo también una parte importante de su territorio. La antigua provincia boliviana de Atacama,
desde entonces es parte del territorio chileno, incluyendo la importante
ciudad portuaria de Antofagasta y ricos yacimientos minerales.
Curiosamente, no vi al Presidente peruano Umala en la Celac. No sé si asistió o nó, pero en caso que
asistiera, por lo menos tuvo el buen gusto de no hacer ruido.
De toda Hispanoamérica
continental, Chile es la nación con la más alta tradición militar y sus
conflictos de fronteras con bolivianos, peruanos y argentinos no han
disminuído en un ápice esa tradición victoriosa. Piñera, quien evidentemente ha leído a
Maquiavelo, conoce de sobra el “palo donde se rasca”.
Con su rastrera adulación a
Raúl Castro, Piñera espera, quizás ingénuamente que las izquierdas radicales
de Chile se neutralicen algo y no desaten demasiados disturbios callejeros
antes de las próximas elecciones presidenciales. Las encuestas para esas elecciones le dan
ventaja substancial a la oposicionista Bachelet, la misma gorda socialista (y
partidaria del régimen de Castro) que era presidenta antes de Piñera.
Perú y Bolivia han tratado
sin mucho éxito en el pasado de ejercer presión diplomática internacional
para reconquistar por las buenas los territorios perdidos en la guerra del
siglo XIX. Al presente, tanto Lima
como La Paz están empeñadas en un nuevo esfuerzo con idéntico propósito.
Piñera sabe bien que una
posición blandengue suya, o de cualquier otro gobernante chileno encarado a
semejante pretensión, podría fácilmente precipitar de nuevo un régimen
cuartelario para Chile. El que no
sería muy diferente al que existiera entre 1973 y el plebiscito de 1989, que
forzara el retiro del General Augusto Pinochet. Ningún político en Chile
quiere regresar a esa época, incluyendo a Piñera.
No excuso la indecencia. Tan solo la describo.
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