Durante la segunda mitad de
septiembre tomamos unas cortas vacaciones en la zona noreste de Estados
Unidos, la mayor parte de ella junto a una pareja de viejos amigos con
quienes compartimos la vocación de trotamundos, entre otros muchos intereses
comunes. Nuestro objetivo era visitar
el otoño del noreste norteamericano con su cambiante y muy colorida flora en
esa estación del año. Para mí fue una
experiencia sumamente agradable en contraste con el funesto año pasado,
durante el cual sólo visité hospitales, doctores y laboratorios.
Aunque el propósito de esta
columna no es promover el turismo ni anunciar agencias de viajes, cuento el
itinerario para establecer la ocasión que utilizo como pretexto para este
trabajo. El día 19 de septiembre
volamos a Buffalo y continuamos en taxi hasta Niagara Falls atravesando la
frontera Canadiense. Dos días más
tarde regresamos a Buffalo y desde allí volamos a Boston. Desde Massachussettss rodamos hasta Conway,
en New Hampshire y después de otra corta estadía en esa localidad, rodamos a
Portland, en el contíguo estado de Maine.
Nuestro próximo destino fue de nuevo Boston, donde partimos compañía
con nuestros amigos.
Ellos fueron a visitar
Martha’s Vineyard y
nosotros Washington, D.C., ciudad que yo no conocía y que mi esposa no
visitaba desde su adolescencia. El
día 30 de septiembre regresamos a California, con transbordo en JFK. Mientras esperábamos por el vuelo final (o
el transbordo y no recuerdo si en D.C. o en JFK) mi esposa, quien además de
ser una fotógrafa excepcional es por la misma razón eminentemente
observadora, me señaló a un hombre que conversaba con un empleado de la
aerolínea: “¿No es ese John
Bolton?”
Es casi imposible confundir
a Bolton. El Embajador es un hombre de
mediana estatura y cabeza prominente, lentes gruesos, mirada penetrante y un
bigotón de morsa totalmente canoso que contrasta con el color de su abundante
pelo (envidia mía). Bolton fue temporalmente
embajador de Estados Unidos ante la Asamblea General de Naciones Unidas
durante el gobierno de George W. Bush, pero nunca obtuvo la confirmación del
Senado. Entonces ese cuerpo
legislativo estaba bajo el absoluto control de los proto marxistas que dominan
el Partido Demócrata desde hace tiempo y Bolton es antípoda política de esa
manada.
La timidez nunca ha sido mi
característica y en consecuencia, en la primera oportunidad, ni corto ni
perezoso le “partí para arriba”, como decíamos en Cuba. No necesité mucho
tiempo para identificarme con Bolton y en breve cubrimos el tema de la
crítica situación nacional e internacional de Estados Unidos. El Embajador es
persona amable y gregaria, cualidad imprescindible para su profesión. Por supuesto, no me perjudicó en esa tarea
lo que le dije y conectamos sumamente bien.
Después de un intercambio verbal de entre cinco a seis minutos,
discretamente me despedí.
Bolton es al presente asiduo
comentarista internacional en Fox News, por lo que no debe sorprendernos
encontrarlo en tránsito entre la capital y New York, vuelo de algo más de una
hora, aunque las probabilidades de nuestro breve encuentro eran
singularmente remotas. Decidí no
pedirle su dirección electrónica, pues pudiera considerarse sospechoso.
Hubiera sido un abuso de confianza y de mal gusto pedirle una foto juntos.
Sin embargo, sí obtuve el E-mail de su secretaria en la Red y, después de informarle de nuestro
breve encuentro en el aeropuerto, ya he intercambiado con ella alguna
correspondencia que gentilmente pasara al Embajador.
No tengo la menor duda de
que en la posibilidad de una administración Romney, Bolton quizás nos
represente de nuevo en una embajada. O incluso ocupe la Subsecretaría Técnica
del Departamento de Estado. Pero como afirman aquí, hay que matar al oso
antes de vender su piel. No veo la
menor evidencia que garantice la derrota del gobierno en las
elecciones de noviembre. Quizás sólo
la proposición remota de que el debate presidencial de esta noche (16 de
octubre) y el del próximo lunes, tengan el mismo resultado abrumador que el
primero.
Se alimenta la idea errónea
de que la diplomacia es el arte del disimulo.
Nada más lejos de la verdad.
Las embajadas son la comunicación más directa que existe entre los
estados y su misión primordial estriba en enfatizar de forma directa la
política de un gobierno hacia otro, de manera que no existan dudas ni
equívocos que puedan redundar en confusión o conflicto.
A veces la misión del
embajador también incluye una descripción fidedigna, al público
soberano, de todos los acontecimientos de ultramar que involucren o
afecten los intereses nacionales. De
acuerdo a la constitución de los Estados Unidos las relaciones exteriores caen
en el predio del poder ejecutivo, aunque los tratados deben obtener
aprobación senatorial. La veracidad y
precisión requerida en esa comunicación entre quienes dirigen la política
exterior y el pueblo (cuyos intereses supuestamente representan), tiene
que ser cristalina.
Que Obama y su pandilla
no creen en ello es ahora más evidente que nunca. Violan a diario los preceptos
constitucionales, tanto en palabra como en espíritu. Pero nunca su deshonestidad ha sido más
obvia y flagrante como en el caso de las recientes declaraciones de la
embajadora de Obama a Naciones Unidas, inventando sucesos que nunca
ocurrieron en relación al ataque terrorista contra el Consulado
Norteamericano en Benghazi.
Tanto el Presidente Obama
como el Vice Biden, el Secretario de Prensa de la Casa Blanca Jay Carney y la
Embajadora Rice, han mentido a la prensa, al pueblo y a la
comunidad internacional durante casi la mitad del mes de septiembre. Desde poco más de 24 horas después del
ataque terrorista al consulado, la Inteligencia Norteamericana sabía que no
hubo la menor protesta popular antes ni después del asalto armado de los
terroristas, el que durara más de cinco horas.
Esa Inteligencia pasó la
información a la Secretaria de Estado, de acuerdo a declaración jurada de
sus funcionarios ante la Subcomisión de la Cámara de Representantes
investigando el escándalo. En la
misma sesión, los funcionarios de Hillary Clinton, bajo juramento, también
aceptaron la realidad. Eso no
impidió que el Vicepresidente Biden, durante su debate con el Congresista
Ryan, negara conocimiento alguno de esa realidad. Quizás este payaso en jefe no viera
televisión esa noche.
Esa impudicia de Biden,
unida al poco respeto que demostrara hacia los millones de televidentes
exhibiendo su dentadura postiza, como el proverbial perro con las avispas,
subraya su absoluta incapacidad para ejercer la presidencia. ¿Por qué no se dedica mejor a producir
telecomerciales para “Poligrip”?
Tengo entendido que por fin
anoche, la Secretaria de Estado Clinton aceptó la responsabilidad por
“Benghazi-gate”. Hillary
demostró tener tanta fuerza de cara como su amante esposo. Si es tan responsable como anuncia y está
avergonzada por su actuación, ¿por qué no renuncia, Sra. Clinton? Cualquiera otra persona con un adarme
de vergüenza lo hubiera hecho hace rato.
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